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Cuando la alimentación saludable se convierte en una trampa

Escrito por  15 Sep 2022

¿Y esto? ¿Puede algo, en principio tan lícito y últimamente muy recomendable, jugarnos en contra?

Lamentablemente, la respuesta es sí y esto lo sabemos muy bien los profesionales que acompañamos en su recuperación a pacientes que tienen mala relación con la comida, conductas alimentarias de riesgo o un trastorno de conducta alimentario ya diagnosticado.

 

Y ¿cómo puede ser posible? o ¿por qué puede jugarnos en contra esto de alimentarnos de forma saludable que se inicia como un buen propósito y además, somos los mismos nutricionistas los que predicamos constantemente que ésta es la forma en la que deberíamos alimentarnos?

 

Realmente, esto puede deberse a diferentes motivos, pero el que más fuerza tiene, desde mi punto de vista, es el de no incluir dentro de los objetivos del tratamiento nutricional o la divulgación el concepto de FLEXIBILIDAD, sea cual fuere la patología o el objetivo por el que vienen a vernos o solicitan nuestra ayuda. (Entiéndase que hay situaciones en las que estamos más limitados con la flexibilidad, como cuando tratamos alergias, intolerancias o enfermedades que nos obligan a dejar fuera una cantidad de alimentos que no se podrán consumir bien durante un tiempo o bien de por vida).

 

Una de las definiciones que encontramos si tecleamos la palabra flexibilidad es: “capacidad para adaptarse con facilidad a diversas circunstancias, normas o distintas situaciones o necesidades”.

 

Y justamente esto, es lo que debemos aplicar a nuestra alimentación cuando nos embarcamos en un proceso de educación alimentaria. Es importante revisar lo que comemos y tener en cuenta la calidad y la cantidad, pero no sólo eso determina que estemos alimentándonos de forma correcta. La forma en la que nos relacionamos con la comida, es sumamente importante a la hora de revisar si mi alimentación es saludable o no y sin embargo no se suele tener en cuenta.

 

Vamos a poner un ejemplo sencillo de entender. Todos sabemos que el brócoli es un alimento sano, con diferentes propiedades nutricionales y que nos interesa que forme parte de nuestras elecciones alimentarias como las demás verduras. Pero no se nos ocurre pensar en que la forma en la que yo tome ese brócoli, cuantas veces al día o a la semana y lo que me genere el consumo de este alimento a nivel emocional puede incluso convertirlo en un alimento que me pueda dañar.

 

Para entenderlo aún mejor, supongamos que Ana, en su estructura alimentaria, come brócoli los martes, un día la invitaron a comer unas amigas, pero no pudo ir porque era martes y entonces, no podría comer su brócoli. En otra oportunidad, estaba agotada por el calor, y su cuerpo le pedía un gazpacho fresquito, pero no lo tomó porque era el día en que tocaba brócoli. Otro día a Ana le apetecía comer más brócoli, pero no lo hizo porque tenía medidas las cantidades y no quería pasarse de su ingesta de brócoli de los martes…

Éste es un ejemplo de rigidez muy claro que determina que, aunque Ana está tomando un alimento sano, no se está relacionando bien con él.

 

Como digo, nuestra manera de relacionarnos con la comida no suele ser uno de los condicionantes para juzgar nuestra alimentación. De la misma manera, sabemos que los alimentos muy procesados pueden ser dañinos, pero habrá que ampliar esta información y tendremos que valorar qué cantidad de alimentos muy procesados está tomando nuestro paciente, en qué contexto, de qué manera, que es lo que lo lleva a hacerlo y con qué frecuencia, entre otras cosas, para decidir si el problema de una “mala alimentación” es el consumo de ese alimento procesado o es otro.

 

Las redes sociales y el mensaje de la alimentación saludable

 

Las redes sociales son un estupendo recurso para llegar a mucha gente, a través de la información, y estamos muy a favor de ello, pero paradójicamente, muchas veces desinforman. En este contexto, el concepto de alimentación saludable, como muchos otros, ha sido bastante “maltratado” y puede pasar que, de forma no intencionada, tenga efectos negativos en la persona que lo está escuchando y/o leyendo.

 

Algo que nos juega en contra de las redes sociales es que para que un mensaje triunfe, en un post, en una publicación, ha de ser explosivo, simple, rápido, inmediato. Estamos cada vez más acostumbrados a consumir información de esta manera. Un mensaje complejo, con matices, no suele triunfar en redes. Ahora además están en auge los “reels” que son vídeos cortos, donde hemos de concentrar aún más la información o el mensaje a transmitir.

 

En redes sociales parece que importa más la forma que el contenido.

 

La alimentación sana, está bien, es la vía, pero no podemos resumir nuestro objetivo para conseguir salud en: “aliméntate de forma saludable y triunfarás” o “si tu plato tiene abundantes vegetales, lo estás haciendo bien” o “come brócoli, pues es más sano que una lasaña congelada de verduras”.

 

Tenemos que matizar ese mensaje y sobre todo adaptarlo a la persona que tenemos delante. Seguir una corriente alimentaria en principio inofensiva, sin un acompañamiento personalizado que integre otras áreas de la persona que están muy relacionadas con la alimentación se nos queda corto. La alimentación ha de ser revisada dentro de diferentes niveles como son el biológico, el psicológico y el social, y por eso creemos que la psiconutrición, que es el trabajo conjunto de al menos dos profesionales (nutricionista y psicólogo/a) es una herramienta muy válida a la hora de trabajar los cambios con nuestros pacientes e integrar los diferentes aspectos que condicionan nuestras elecciones alimentarias.

 

Tenemos cada vez más pacientes obsesionados con lo de alimentarse de forma saludable llevando esta práctica a extremos donde no cabe un alimento que tenga un rebozado, esté frito, o tenga un contenido de dulce elevado. Y cuando eso no puede mantenerse en el tiempo, porque en la práctica es insostenible, no pueden parar de comer y se convierten en esclavos de la comida que no se permiten, cargando con la culpa y el malestar que les supone sucumbir a esos productos.

 

La dificultad de ser nutricionista y trasmitir el mensaje de la flexibilidad alimentaria 

 

Ardua tarea. ¿Dónde está la línea? ¿Cuánto de alimento poco sano puede comer una persona sin que eso repercuta en su salud?

 

A los nutricionistas que incluimos el concepto de flexibilidad desde el primer momento en la consulta, nos toca esta difícil tarea de transmitir el concepto y acompañar en ese camino que, por lo general, si tienen un TCA diagnosticado o están inmersos en “cultura de dieta” les da miedo, les agobia y les llena de culpa.

 

Como profesionales incluso podemos sentirnos juzgados por estar transmitiendo un mensaje “poco riguroso” pero, si además esa persona viene buscando una pérdida de peso, ya entonces la cosa se complica aún más.

 

Matizar mucho nuestro mensaje es esto, explicar la importancia de los grises, de que no todo es sano o insano, bueno o malo y que hay muchos factores en juego a la hora de decidir si un alimento me conviene o no.

 

Ser flexible no se trata de comer de todo sin criterio ni límite, sino de aprender una forma de alimentación desde las señales internas que por lo general han sido “calladas” o anuladas durante mucho tiempo.

 

Educación alimentaria no es solo estos alimentos son sanos y estos no, esto tiene proteínas y esto grasas; es acompañamiento desde un lugar más profundo, y conocer a los pacientes para adaptar nuestras pautas a lo que necesitan en ese momento.

 

No sólo hemos de mirar los nutrientes que componen nuestra alimentación, sino abarcar mucho más. Cada uno de nosotros viene con una “mochilita” de experiencias en su relación con la comida desde muy pequeños. Nos alimentamos en función de lo que hemos visto en casa y hemos ido aprendiendo con el tiempo, por lo tanto, no podemos aislar el concepto de alimentación saludable de esas conexiones que estuvieron y están constantemente presentes en nuestras vidas.

 

La responsabilidad de la derivación 

 

Puede que los profesionales de la nutrición, por el tipo de recurso que estemos acostumbrados a trabajar en consulta o la especialidad en la que nos hayamos formado, no contemos con la posibilidad de adaptar nuestra pauta o nuestra forma de trabajo a lo que esa persona necesita, a esa flexibilidad que tiene que entenderse como parte del proceso. En ese caso, deberíamos hacer una derivación a otro profesional que pueda acompañar a ese paciente desde otro lugar. Igual que yo debo derivar a un paciente con un problema digestivo porque no estoy formada para llevarlo y va a estar mucho mejor con alguien que entienda del tema, que sepa que pruebas necesita hacer o que pueda interpretar mejor los parámetros de una analítica, si un profesional no se ve capaz de acompañar a un paciente en su proceso de educación alimentaria desde un enfoque lo suficientemente flexible y más aún si esa persona cuenta con un diagnóstico o un problema de relación con la comida, debemos dejar que otro “nutri” ocupe ese lugar.

 

Derivar no es fácil, entran en juego varios condicionantes, en primer lugar, como profesionales, nos enfrenta a una serie de cuestionamientos:

 

  • Puede que no sea agradable sentir que no somos capaces de abordar el caso.

 

  • En ocasiones nos puede asaltar una duda: ¿cómo se lo transmito a mi paciente para que no sienta que me lo quiero quitar del medio”?

 

  • La derivación no necesariamente es tarea del profesional, pero creo que es un detalle intentar encontrar la persona que sí pueda abordarlo y este en consonancia con nuestra línea de trabajo, y no dé mensajes contradictorios.

 

  • Y por último y no menos importante, la cuestión económica. Al final es un paciente que “perdemos” y eso lógicamente se ve reflejado en nuestros ingresos, cosa que tampoco es fácil manejar.

 

En cualquier caso, la derivación es un acto de generosidad y respeto hacia nosotros mismos como profesionales y a nuestros pacientes, aunque de primeras, puede que no lo entiendan.

 

Incluso, puede pasar que en consulta nos demos cuenta de que no es el momento de cuidar la alimentación, sino de atender las emociones. Esto pasa mucho, pacientes que vienen buscando una cosa y nosotros detectamos que necesitan otra y debemos derivar a una psicóloga/o.

 

Como profesional de la nutrición y apasionada por mi trabajo, claro que estoy a favor de basar nuestras elecciones en alimentos frescos, de temporada y poco procesados; pero, sobre todo, estoy a favor de que los cambios que decidamos hacer con respecto a nuestros hábitos sean amables con nosotros mismos, estén bien acompañados y seamos conscientes de que vivimos en sociedad y eso supone adaptaciones a nivel alimentario que han de hacerse constantemente. Por lo tanto, nuestra alimentación evoluciona y crece con nosotros. La rigidez, no es buena compañía, en ningún aspecto de nuestra vida. El aprendizaje de implementar una forma menos perfeccionista a la hora de alimentarnos es clave para poder llevar los cambios a largo plazo y conseguir esa adherencia que al final es lo que realmente determinará la consecución de nuestros objetivos para un buen estado de salud.

 

 

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Mariana Álvarez

Es dietista nutricionista por la Universidad Complutense de Madrid, con experiencia en los Trastornos de la Conducta Alimentaria, actividad a la que se dedica desde sus inicios en el año 2012 y sobre la que recae la mayor parte del ejercicio de su profesión, formando parte de un equipo interdisciplinar.

Compagina su actividad en consulta con la formación en temas de educación alimentaria y TCA impartiendo talleres y cursos, y coordina junto a sus compañeras psicólogas y psicoterapeutas grupos de Psiconutrición para pacientes y de supervisión para nutricionistas que llevan casos de trastornos alimentarios.

 

Twitter: @malvareznutri
Instagram: @malvareznutri
Facebook: Mariana Álvarez Nutrición
Linkedin: Mariana Álvarez Sánchez

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