¿Sabías que cuando comes hay un montón de significados asociados, además de la pura supervivencia?
Con frecuencia se cree que los trastornos alimentarios son un problema de comer o no comer. Tanto es así, que han llegado a llamarse “trastornos de la conducta alimentaria”, como si la conducta de comer fuera lo nuclear. Sin embargo, al igual que en un iceberg, la conducta alimentaria es sólo la punta visible externamente mientras que el 80-90% de la masa que la sostiene se encuentra oculto. Los significados emocionales que evoca la alimentación son parte fundamental de esa base del iceberg, componiendo ”tu despensa emocional”. Desde la primera infancia, aprendemos que comer puede significar:
- Abrirnos a sentir… y a vivir. Desde que nacemos, nos enteramos de que tenemos hambre porque nuestro cuerpo nos envía sensaciones desagradables. Y lloramos, nos quejamos o protestamos para que nuestros cuidadores se enteren y nos ayuden con esa sensación. ¿Qué le ocurre a una persona para que no pida comida o se niegue a comer a pesar de esas señales del cuerpo? En bebés, se ha observado una pérdida de peso junto con otros síntomas somáticos cuando hay negligencia de las necesidades emocionales, como son algunas situaciones de institucionalización (Spitz, 1945; Spitz et al., 1946). En trastornos alimentarios, hay casos que se categorizan como “atípicos” porque la disminución de apetito (hiporexia) se produce en el contexto de un cuadro afectivo (ansioso y/o depresivo), sin alteración inicial de la imagen corporal. En estos y en otros muchos casos, observamos que la negativa a comer se acompaña de una negativa a sentir y, en ocasiones, una negativa a vivir. Cuando en una etapa vital (por ejemplo, la adolescencia) se descubre la parte un poco más fea de la vida (o se toma una conciencia más dolorosa de esa parte), una actitud de defensa puede ser querer cerrar los ojos ante ello, anestesiarse, no sentir. “Las personas se mueren, los amigos decepcionan, los padres no son perfectos, el mundo funciona de forma injusta en muchos sentidos y yo no puedo llegar a ser perfecta/o… Duele tanto que prefiero no sentir”. De hecho, dejar de comer genera inicialmente unas sensaciones a nivel psicobiológico de bienestar (como las propias de algunas drogas: se puede leer su descripción en “La jaula dorada” de H.Bruch). El problema es que, como escribía Erich Fromm (El miedo a la libertad), “silbar en la oscuridad no trae la luz”. Los problemas no se solucionan por evitarlos, y el dolor no frena por anestesiarlo así: sólo se posterga y, a menudo, se hace más grande.
- Relacionarse. Volviendo a ese bebé que llora porque tiene hambre: ¿qué es lo esperable después? Que la mamá/papá/cuidador(a) le coja en brazos para darle de comer: mamar es un momento prácticamente ineludible de contacto físico. Imaginemos que la figura cuidadora hace caso al triste consejo “no le cojas mucho en brazos, que se vicia”. ¿Cuándo le cogerá en brazos, en contacto estrecho? ¿sólo para comer? ¿qué asociación hará ese bebé desde su más tierna infancia? “Comer=Contacto. Nadie cubrirá tus necesidades de contacto afectivo a no ser que comas”. Confusión total de dos necesidades (alimentarse y recibir afecto) que, desde mediados del siglo pasado, sabemos que son independientes. En uno de los múltiples experimentos desarrollados por los Harlow y su equipo con monos rhesus (Harlow, 1959), se observaba que las crías separadas de su madre pasaban el tiempo justo con la madre de alambre que tenía el biberón con leche y el resto del tiempo preferían pasarlo acurrucados con la madre artificial de peluche (que no daba de comer, pero daba un contacto suave y cálido), aunque su desarrollo tampoco fue normal (una madre de peluche no interactúa). ¿Por qué realizaron un experimento que a ojos actuales resulta tan cruel? Porque en tiempos de los Harlow se defendía que a la madre se la quería por asociación con la comida. Desde entonces nadie discute algo tan obvio como que necesitamos algo más que comer en esta vida.
En cualquier caso, la asociación afecto-alimentación se hace, más o menos fuerte, desde el inicio de nuestra vida. Y en la sociedad occidental, se fomenta esta asociación en costumbres sociales (nos juntamos para comer y beber, agasajamos y celebramos con comida) y publicidad, series, películas. La comida se refuerza como símbolo de cuidar, de mimar, de alegría compartida. ¿Cuáles son los riesgos?: si mis necesidades afectivas interpersonales no están cubiertas, corro el riesgo de buscar en la nevera un sustituto para ellas; si me siento ambivalente (necesito relacionarme pero odio necesitarlo) puedo oscilar entre los abusos de comida y las restricciones o purgas; si rechazo las relaciones por el dolor que siento que me causan, corro el riesgo de asociarlo con el rechazo a la alimentación (vinculado con el significado anterior: no quiero sentir, no quiero necesitar, no quiero relacionarme, no quiero comer).
- Aliviar la tensión. Seguimos con el bebé que ha conseguido darse cuenta de sensaciones desagradables, llora para expresar esa necesidad, una figura cuidadora le ha cogido en brazos… y llega el alimento. ¿Qué experimenta el bebé? Toda la tensión previa se va relajando. Según se satisface la necesidad de comer, su cuerpo le va transmitiendo sensaciones de alivio. Se terminó el malestar, esas sensaciones tan desagradables que genera el hambre. ¿Qué asociación puede quedar para el futuro si a ese bebé no le enseñan estrategias de regulación emocional sanas? “Si tengo tensión, me aliviará la comida: después de un mal día, comida; después de un enfado, comida; después de un disgusto, comida; después de una ruptura, comida; después de un despido, comida (y/o bebida)”. La comida parece así la “solución rápida”, y en parte lo es: a corto plazo, las sensaciones que generan los atracones son de anestesia emocional, trance, disociación. El problema es que a largo plazo bloquea la solución que realmente necesito: explorar mis emociones, sus desencadenantes, y buscar formas alternativas de calmar mi dolor emocional.
- Placer y llenar vacíos. Los bebés a menudo maman porque les genera emociones positivas y tranquilizadoras, por eso en nuestra sociedad es tan frecuente el uso de chupetes. Además, muchas sustancias de los alimentos estimulan nuestro sistema nervioso para sentir placer (la relación entre endorfinas y chocolate ha sido muy explotada por la industria publicitaria). En definitiva, comer, además de para sobrevivir y evitar emociones negativas, nos sirve para disfrutar. Pero ¿qué ocurre si no tengo otras fuentes de disfrute en mi vida? ¿qué me sucede si no he aprendido a gestionar la frustración que supone finalizar las cosas placenteras? ¿qué me pasa si aprendí que con la frustración se termina todo, que no sé cuándo volverá lo bueno, que es imprevisible y escaso? Me agarraré a ello con ansia, con angustia, con voracidad, con extrema necesidad. Y después... seguiré con mi vacío y mi insatisfacción. En el otro extremo: ¿qué sucederá si creo que no me merezco nada bueno, nada placentero, que soy un monstruo que sólo merece dolor? No me permitiré disfrutar lo más mínimo de la comida, y, si me lo permito, me castigaré después.
Estos son sólo algunos de los primeros significados con los que asociamos la alimentación en nuestra primera etapa de vida, pero ¡aún hay más! ¡pronto os los contamos!