Los engaños del descontrol: las trampas mentales

Escrito por  11 Dic 2018

“No puedo parar de comer”.

Sea en formato atracones (mucha cantidad, en muy poco tiempo y generalmente a escondidas), en formato sobreingesta (en más tiempo) o con picoteo (a lo largo de todo el día); a veces en trastornos alimentarios aparece un intenso sentimiento de descontrol que arrasa con frecuencia la autoconfianza y la esperanza en salir del problema. De este modo, se entra en un círculo vicioso en el que cuantos más síntomas tienes, más imposible te parece salir de ello. ¿Por dónde se cuela esta desesperanza?

 

Para no dejarnos enganchar por el enemigo, lo mejor es conocer sus trampas. Éstas son algunas de las trampas más frecuentes:

 

Mentalidad todo/nada como identidad

 

Pensar que tú, por tus características, eres incontrolable y que o bien te prohíbes del todo algunos alimentos o bien te descontrolarás por completo. “Es lo que siempre me pasa”, te dices para explicarlo. Pero lo que estás describiendo son unos síntomas, en todo caso una forma de pensar, pero no una forma de ser. “Yo soy así”, te dices. No, no eres así: tu cabeza funciona ahora así, en modo todo/nada, ése es el ciclo que te deja la restricción, del nada al todo, en extremos, como si un término medio fuera imposible. Pero no lo es. Y la principal trampa es que tú no lo consideres posible para ti. Es como si tuvieras un sombrero que te hace daño en la cabeza y te dijeras que tu cabeza es así, que tiene que ser así. A lo mejor llevas ese sombrero desde hace tanto tiempo que se te ha olvidado qué tienes debajo. Pero te puedo asegurar que el sombrero no eres tú. Te parecerá imposible, pero el primer paso es que empieces a plantearte que sí, que puedes prescindir de tu sombrero.

 

Mentalidad restrictiva

 

La que aboga por “la dieta”, restringiendo cantidades, tipos de alimentos, número de comidas… Los descontroles te están demostrando que un alimento “quiere” entrar en tu vida, por la puerta delantera o por la trasera. Tú te sigues negando. ¿Cuánto tiempo vas a seguir jugando al gato y al ratón? ¿Sabes que la prohibición aumenta consistentemente el deseo de consumirlo? ¿No será mejor negociar a las claras su entrada? “No voy a probar el pan” “No voy a probar el chocolate”. Y el pan y el chocolate aprovechan un descuido de “guardia baja” y… te la lían. Se le llama reactancia. Es una reacción que tenemos todos los seres humanos para intentar restaurar nuestro sentido de libertad. Ocurre incluso cuando las normas son auto-impuestas (como en el caso de las dietas). Y es más intensa en personas y/o etapas en las que es muy importante la autonomía. Así que te conviene comportarte contigo de forma más democrática. Puedes intentar negociar, flexibilizar, planificar, dosificar. Pero no en caliente, sino de forma programada. Y con autocomprensión. Perdónate por ser humana/o sin renunciar a tus objetivos. A veces te sorprenderás porque, curiosamente, cuando no nos prohibimos algo, puede perder su atractivo con el simple paso del tiempo. Recuerda que no es lo mismo tener un alimento fuera de tus hábitos porque no quieres que porque “no debes”. El efecto psicológico es totalmente diferente.

 

Mentalidad compensatoria

 

Creer que haciendo ejercicio físico masivo o matándote a dieta estricta después de los descontroles estás solucionando el daño. No: lo estás haciendo más grande, porque vuelve a empezar el ciclo. La solución no está en restringir, ni en inventarte normas sobre la actividad física, sino en unos hábitos que aseguren a tu cuerpo que va a tener alimento y cuidados (incluyendo la actividad) y que no necesita “puertas traseras”. A veces se trata de permitirte probar algo para después retirarlo de tu dieta, pero sin sentirte ya ligada/o a ello: para sentirte libre. Deja de restringir. Inicia una alimentación regular. Introduce los alimentos que te prohibías, poco a poco. No hagas dietas: adopta hábitos saludables.

 

Fantasía de purga

 

Creer que con los vómitos, abuso de laxantes, diuréticos… impides la posibilidad de engordar. El aumento de peso depende de múltiples factores, pero tratar mal a tu cuerpo no es una manera de ponerlo “en línea”. Puede que tú te quedes con la sensación de haber soltado, e incluso que las primeras veces creas que estás perdiendo peso, pero la realidad es que estás provocando severos desequilibrios a tu cuerpo, que no contribuyen en absoluto a que se estabilice en un peso. Además, estás reforzando los atracones porque tu “yo interno” piensa “total, puedo comer, ya lo vomitaré después”. Doble daño, y continúas sin salir del círculo.

 

Mentalidad “de perdidos al río”

 

“Si he empezado a comer, ya no tiene sentido parar, el daño está hecho…”. Responde al pensamiento todo/nada, como si no hubiera grises, y tiene que ver con la intolerancia a la frustración. “Como no puedo con todo, entonces no hago nada”. Como si cada paso (y cada bocado) no fuera importante… Puedes leer un ejemplo de ello en el post de Manuel Antolín “Pillar las trampas de la enfermedad”.

 

Mentalidad dimisionaria

 

Se parece a la anterior, pero se generaliza a todo tu autocuidado. Te das por imposible, lo tuyo no tiene solución, lo tuyo es genético, todos en tu familia tienes problemas de impulsos, tú eres impulsiva/o, qué le vas a hacer. Te dejas ir. Te abandonas. Cada vez te ves peor. Te entristece. Pero sientes que no puedes hacer nada. Has dimitido. Sientes impotencia, y lo peor es que los de tu alrededor se acaban contagiando y devolviéndote esa impotencia en espejo… Como información, te diré que la impulsividad puede ser un granito de arena que se suma como vulnerabilidad, pero que no es la causa ni tampoco algo que hace imposible la superación del problema. Y que influyen mucho las etiquetas que se reciben y las explicaciones que se dan a algunos rasgos. ¿Qué etiquetas e identificaciones te tocaron a ti? Más importante aún: ¿qué etiquetas te pones hoy tú a ti misma/o? ¿Crees que te ayudan? ¿Crees que son justas? Una de las peores etiquetas es la de “no tener fuerza de voluntad”. Recuerda que la fuerza de voluntad no existe.

 

Auto-justificación

 

“He tenido un mal día así que…”. Si te justificas, es porque te estás juzgando, y tus emociones, como un niño que se esconde porque en el fondo sabe que “lo está haciendo mal”, te llevarán a actuar de forma más compulsiva, como con miedo a que aparezca “el juez”. Justificarse es muy diferente de analizar o contextualizar. Cuando analizas y contextualizas, tus emociones son las de un adulto responsable que decide o se hace cargo de sus actos de forma equilibrada: “está bien, he tenido un mal día, tengo unas ganas tremendas de tirarme a la nevera, siento que lo necesito, aunque no quiero sentirme fatal después ¿cómo puedo hacer para descargar el mal rollo que tengo sin tener un atracón?”. Recuerda que cómo te criticas puede cambiar todo.

 

Mentalidad de auto-castigo

Actuar desde el odio a ti misma/o. “Mañana empiezo dieta porque me odio”. “No me compraré ropa bonita hasta que adelgace”. Ignoras así un principio fundamental de cambio: es más eficaz promover lo que te gusta que castigar lo que quieres reducir. Si te sientes más a gusto contigo misma/o, te sentirás también con más ánimo y energías para enfrentar el largo camino de enderezar tus hábitos. Si te tratas bien, tu “yo interno” colaborará. Si le maltratas, tu “yo interno” te la jugará en cuanto te descuides: el pobre, al fin y al cabo, necesita su momento de autocuidado. Si tú no se lo das, lo buscará por salidas de emergencia como la comida. Puedes leer el precioso post de Aizea Villarreal “Cuando adelgace”.

 

Mentalidad hiper-racional

 

Creer que eres “poco inteligente” por no frenar esto, e intentar convencerte con argumentos racionales (que generalmente incluyen amenazas: “como sigas así…”) para “motivarte”. Es como querer escuchar la frecuencia de radio FM mientras estás en frecuencia AM. Simplemente, no es ese idioma. Tu problema alimentario es un problema emocional.

 

 

El aparato psíquico no funciona “porque sí”, si lo hace, lo hace por algo, por algún lado le compensa todo este sufrimiento. Pero no son razones racionales: son emocionales. A veces “el corazón tiene razones que la razón no conoce”. Y necesitarás valentía de la de verdad, de la de atreverte a mirar frente a frente tus heridas, para encontrar esas razones.

 

Además de estas trampas mentales, hay más autoengaños que podríamos englobar en el plano emocional. Muy pronto hablaremos de ellos.

 

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Laura Hernangómez

Psicóloga clínica en Unidad ambulatoria de Trastornos Alimentarios y Programa infanto-juvenil de Trastornos Alimentarios del Complejo Hospitalario Universitario de Toledo. Psicoterapeuta acreditada por la Asociación Española de Psicoterapias Constructivistas (ASEPCO).

Doctora cum laude por la Universidad Complutense de Madrid. El tema de mi tesis fue la vulnerabilidad psicológica a la depresión y, desde entonces, he ampliado mi interés al estudio de la vulnerabilidad en trastornos alimentarios. He presentado diferentes publicaciones científicas de carácter nacional e internacional, y el libro de carácter divulgativo ¿Por qué estoy triste? Guía para afrontar la depresión (Editorial Aljibe). Colaboro en la revisión de artículos de revistas científicas en el ámbito de la Psicología Clínica.

Además de la práctica clínica y la investigación, siempre me ha apasionado la docencia; recuerdo con especial afecto mis años como Profesora Asociada en la Universidad Complutense y actualmente mantengo colaboraciones docentes en postgrado con diferentes instituciones públicas sanitarias y educativas y otras entidades privadas dedicadas a la clínica y la formación, como Universidad Alfonso X El Sabio, ASEPCO o Centro Documentación de Estudios y Oposiciones (CEDE).

Twitter: @LauraHgzCriado Instagram: @laurahgzcriado Facebook: Laura Hernangómez Criado

Colaboradores

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