Empecé a mirarme peor, a dudar de mi, a querer esconderme del resto de compañeros. Y lo que fue más grave: a compararme. Nunca entrené para mi, siempre estudie para entrenar a otros. Mi objetivo era claro: Quería ayudar a las personas a mejorar su salud a través del entrenamiento, pero... ¿Y si esas personas no llegaban por culpa de mi aspecto? En los gimnasios, muchas veces los clientes no eligen a los entrenadores por su capacidad, sino por su apariencia. En mi sector, que afortunadamente va cambiando a mejor, a veces el que triunfa no es aquel que más sabe de fisiología o de teoría del entrenamiento, es aquel que es "más grande", "más guapo/a" o el/la que se hace fotos sin camiseta.
Yo no tenía nada de todo eso, ni estaba dispuesta a usar mi cuerpo como reclamo para conseguir clientes. Me sentía pequeña, como si hubiera perdido el combate antes de jugarlo: En un rincón del cuadrilatero el entrenador músculado contra la chica pequeñita de gafitas. Pero aún así pelee y salió mal. A la semana de empezar a trabajar como entrenador, una señora vestida con minifalda negra, camisa de flores pequeñitas amarillas y tacones altos rechazó que le entrenara. Me la presentaron cuando salía de estudiar de mi despacho y al girarme le dijo a mi compañero: “Prefiero que me entrene el chico fuerte”.
Me hundí. Sentí el fracaso, tuve mucho miedo y me sentí sola. Había dejado mi ciudad, mis amigos, mi familia y un trabajo que me encantaba por ser, como decían algunos “una chandalera”. Me había quedado sin la que iba a ser mi primera clienta por “culpa” de mi aspecto,
Fue ahí, cuando quise cambiarme. Aunque con el tiempo (hace ya bastantes años de aquello) entendí que tenía que hacer todo menos eso; que mi fortaleza residía en lo que para otros era una debilidad.
Comprendí que no era, ni nunca iba a ser como el resto, que yo era yo. Sin más. Un entrenador es un compañero, no un ser superior al que imitar y que quien buscara eso no iba a ser mi cliente. Quería estar sana y fuerte, no grande; quería trabajar para mejorar la funcionalidad de las personas; no tener que vivir de mostrar mis abdominales.
Aquello fue un punto de inflexión, porque después de aquella mujer, cuando pensé que me había equivocado, por la puerta de PERFORMA apareció Pepe, luego Francis, después Anita, Ágata y Dani, Alberto, Reme y los demás... Llegaron los mios, mis verdaderos clientes. Sin quitarme la camiseta, ni las gafitas de miope.
La seguridad en mi carrera como entrenador no me la ha dado mi físico. Me la ha proporcionado mi agenda, mis clientes, su permanencia a mi lado pase lo que pase ... Mi empresa:
PERFORMA. Ese mundo a parte rodeada de un equipo humano excepcional. Quedarme cegata leyendo estudios, estudiar CAFD, la carrera que vino con un regalo bajo el brazo, con los mejores profesores: mis admirados compañeros. Esos que estan enamorados, como yo, de la que es la profesión mas bonita del mundo. Gente que sabe tanto y que saca lo mejor de ti, que no es precisamente un “six Pack”. Ellos también distan mucho del “tipo del gimnasio” y sueñan conmigo con cambiar las cosas. Un entrenador no es su imagen, es los resultados que logra con sus clientes.
Soy mi trabajo, mi formación y mis influencias, no mis abdominales.
Si algo he aprendido estos años es que el proceso de aceptación de uno mismo es largo, que mirarte al espejo y verte bien conlleva su tiempo. Entonces llega un día en que, sin darte cuenta, dejas de mirarte tanto... Porque deja de ser importante. Entonces...Lo consigues.