¿Te has quedado tan absorta viendo una película que has desconectado absolutamente de todo lo que te rodeaba? O incluso al revés, ¿has empezado a ver una película y, en algún momento, y sin saber bien cómo, te has dado cuenta que te habías perdido parte del argumento? A mí sí, y es algo absolutamente normal.
Ahora bien, ¿te ha pasado estar tranquilamente (o no tan tranquilamente en casa) y encontrarte que de repente, y sin recordar muy bien cómo, has acabado comiendo? ¿Te ha pasado no entender exactamente cómo fue la secuencia de acontecimientos? ¿Te ha pasado no reconocerte a ti misma? ¿No reconocer tu propio cuerpo, tus acciones, tus pensamientos o tus emociones?
Eso que te ha pasado, en muchas de esas situaciones, se llama disociación, y no te asustes. La disociación es un mecanismo de defensa desarrollado para “desconectarse” emocionalmente ante sucesos que nos superan. Quizá, ahora que lo piensas, no te sientas muy representada, o representado, con lo de “sucesos que nos superan” porque puedes no haber sufrido un Trauma (con T mayúscula) en tu vida (un abuso, un accidente, etc.). Lo que no sabes, es que en la vida son igual de importantes los traumas con t minúscula, o traumas “ocultos”, y que tienen que ver con nuestras experiencias en el mundo y cómo las hemos elaborado (por ejemplo la relación con nuestros padres, nuestros profesores o nuestros compañeros de colegio, etc.)
La distorsión de la propia imagen, refugiarse en un mundo de fantasía, sentir el cuerpo como el de otra persona o no reconocer las propias emociones, son algunas de las disociaciones más conocidas. No te preocupes, y sigue leyendo.
Estoy rota en mil pedazos
Como decíamos, la disociación es parecida a cuando soltamos nuestro volante interno y conducimos en piloto automático, sólo que los seres humanos, absolutamente complejos, no tenemos un sólo piloto automático...tenemos muchos, como muchas son las “voces” con las que dialogamos internamente y que se turnan por intentar tener el control del volante. Es importante resaltar que, cuando hablamos de esto, sabemos que no son “voces” reales, sino discursos aprendidos y guiones, frases, clichés, ideas, que repiten una y otra vez las partes fragmentadas que nos conforman.
Y es que, en algún momento, rompernos fue la respuesta y la solución a un problema mayor. Ahora vemos que fue una solución un poco, podríamos decirlo así, “regular”, o directamente “mala”, pero en su momento fue la única que encontramos para poder solucionar ese problema inicial. Por ejemplo yo pude haber aprendido a no pedir ayuda si en mi entorno a lo mejor yo era la niña que tenía que ayudar siempre en casa cuando mi madre estaba mal, o puedo haber aprendido que debo evitar que me vean llorar porque eso me hace débil, y a los débiles se les pisa, o puedo haber aprendido de pequeña a tener miedo de la evaluación de mis profes y ahora, 20 años después, cuando tengo una reunión con unos accionistas me siento como esa niña asustada a la que el profesor humilló delante de toda la clase y no sé porqué motivo me pongo así de nerviosa, etc. Esas voces, esos discursos, por difícil que parezca entenderlo, en algún momento me ayudaron a salir adelante...el trabajo es descubrir, precisamente, qué problema me estaban intentando ayudar a solucionar.
Estas voces corresponden a cada una de las partes que forman parte (valga la redundancia) de cada una de nosotras, y de nosotros; son las partes de la personalidad, de la mía y de la tuya, y a veces hablan y se comportan como si fueran tertulianos en un plató: gritando unos encima de otros, con argumentos no muy buenos, pactando entre ellos y enfadándose a continuación, etc...son así...y poner orden en este caos es fundamental.
Por otra parte, y al igual que en cualquier tertulia o en cualquier serie de televisión se dan a veces los mismos personajes (el guapo, el simpático, el listo, el borde…), dentro de nosotros mismos es fácil encontrar las mismas partes, los mismos personajes, y necesitamos saber identificarlos y reconocer su discurso para saber qué función cumple cada uno y poder entender por qué, hasta ahora, quizá las hemos necesitado.
Identifica tus otros "yoes"
¿Cuáles son esas partes? (y esto lo aprendí leyendo a mi admirada Natalia Seijó)
- La niña que nunca lo fue. Es la parte más dañada de todas, la niña que tuvo que crecer, que aprender a ser mayor, aprender a ser autosuficiente, aprender a autoregularse...y todo eso sola. Esta niña aprendió, además, a controlar sus emociones a través de la comida (Seijó, 2012). Es la parte que siempre “puede con todo”, la “fuerte”, la que sólo se da permiso para fallar en lo que tiene que ver con la comida. Por otra parte, esa fortaleza esconde mucho dolor y mucha frustración, y por eso se muestra controladora y desconfiada. Nadie se ha ocupado de ella y, para sanar, tendrá que aprender que “está bien confiar, pedir ayuda y aceptarla” así como a diferenciar entre debilidad y vulnerabilidad...y es que, ser vulnerable, no es malo.
- El “yo crítico”. No puede parar de morder, de hacer daño, de devorar. Es como una piraña, muerde con sus críticas. Y además no se anda con tonterías. Es crítica y es mordaz. Incansable. Sólo se fija en lo negativo y nos impide ver la realidad. Está enfadada y te hace sentirte culpable por no ser suficiente. “Nada está bien en ti”, “no vales nada”, “comparado con los demás eres insignificante” son algunas de sus dentelladas. ¿Y qué necesitamos que entienda esta parte? Que te mereces ser tú, que estás bien como eres...y que quererse a una misma, o a uno mismo, es lo que mejor que nos puede pasar.
- El “yo rechazado”. Es esa parte de nosotras que rechazamos, la parte, literalmente, del cuerpo, que nos hace acordarnos de cómo éramos en el pasado, con todo lo malo que había entonces. Rechazamos ver esa parte, rechazamos ser esa persona, no queremos volver a ser ella nunca más...y por lo tanto la odiamos, la rechazamos, y le decimos constantemente que no es parte del equipo, que no la queremos aquí.
- El “yo escondido” es la parte de nosotras mismas que se esconde de un mundo peligroso. En su momento, protegerse nos pareció una solución buena, y de hecho funcionó ya que evitaba que nos hicieran daño. El problema es que ahora esta parte nos dice cosas como “no destaques”, “no te muestres como eres”...lo cual nos hace profundamente infelices, porque escondidos en la sombra, nos perdemos todo lo que pasa fuera. ¿Qué tiene que aprender esta parte? A decir lo que quiere, a pedir lo que necesita, a defenderse...y que no pasa nada por estar asustada. Está bien ver el mundo, pero está igual de bien dejarse ver por el mundo.
- El “yo fraude”. ¿Conocéis esa sensación de que “te van a pillar”? ¿Que alguien, tarde o temprano, se dará cuenta que eres un impostor o una impostora y que en realidad lo que has conseguido es fruto del azar? ¿Que los demás se van a dar cuenta de que en el fondo no vales, aunque parezca que sí?. Ése o ésa que habla...es tu “yo fraude”, y necesita saber que tiene derecho a tener éxito, que si lo hace es porque puede hacerlo y que, sobre todo, y por encima de todo, es valiosa.
Estas son sólo algunas de las partes. Puede haber más, muchas más. Tantas como hayan sido necesarias. Puede haber, por ejemplo, una parte que necesite sentirse muy importante, la más importante, para así calmar a la que siente que no le importa a nadie. O puede haber una parte que sea muy escandalosa y muy llamativa, para así distraer al posible público de lo que hace o lo que dice otra parte que llora todo el día, etc.
#las2carasdemicamiseta
A veces propongo un ejercicio en terapia; es un ejercicio muy revelador y suele gustar mucho. Veréis. Imaginad por un momento que mañana dejo de ser psicóloga y pongo una tienda de camisetas. El negocio me va bien, me va mejor que bien, y me va tan tan bien porque hago unas camis muy especiales, después de todo he sido psicóloga durante muchos años!.
Y lo que hago yo es imprimir camisetas a doble cara: por un lado, pongo el slogan que te define, tu frase, la idea con la que te enfrentas al mundo; mientras que por el otro, por la espalda, imprimo un slogan que tiene que ver con esa parte de ti que sólo tu conoces, con tus creencias implícitas. Este ejercicio se lo inventó Eric Berne y sigue siendo de utilidad a día de hoy.
Algunos ejemplos que ponen los pacientes son fantásticos:
“Oro parece...plata no es” (lo cual conecta automáticamente con el yo fraude, con el crítico…)
“Odio sentirme llena...porque estoy vacía”
“Consejos vendo...para mí no tengo”
“Busco novio...pero no eres tú”
“Mira como brillo...en realidad sólo soy un espejo”
¿Y tú, te animas a diseñar tu camiseta?
Cuéntanoslo con el hashtag #las2carasdemicamiseta