“Dos hermanos viven en una casa que un día comienza a hacer ruidos. Sus habitantes, lejos de intentar conocer bien el origen del ruido, deciden cerrar con llave para siempre la habitación de la cual proviene el ruido. Cada día un nuevo ruido los obliga a cerrar una nueva habitación. Hasta que un día terminan cerrando la puerta de entrada a la casa, quedándose ellos fuera, en la calle. Los hermanos estaban dispuestos a perderlo todo con tal de no enfrentarse a los “fantasmas” de la casa. “
El texto anterior pertenece al relato “la casa tomada” de Julio Cortázar y representa fantásticamente algo que ocurre habitualmente en los trastornos alimentarios. En ocasiones, nuestro interior hace ruidos incómodos o difíciles de descifrar. Estos ruidos, aunque molestos en ocasiones, nos susurran importantes mensajes cuyo objetivo únicamente es empujarnos hacia el bienestar físico y mental.
Disociar vs integrar
Disociar es, precisamente, lo contrario a integrar. La integración puede entenderse como la organización de los diferentes aspectos de la personalidad (identidad, emociones, cogniciones, esquemas mentales, sensaciones corporales…) en un todo unificado que funciona de forma coherente. No en vano, integrar todos los aspectos del yo es el fin último de la psicoterapia.
La disociación se desarrolla generalmente cuando una experiencia es demasiado amenazadora o abrumadora para que una persona pueda integrarla totalmente, en especial en ausencia de un apoyo emocional adecuado (Van Der Hart, 2014). Aunque la disociación no siempre es patológica, sino que debemos verla como una dimensión continua. En un extremo, estaría la disociación no patológica, que es adaptativa y consciente; por ejemplo, un estado de concentración o abstracción en una tarea del trabajo y en el extremo opuesto tendríamos la disociación patológica más grave. La diferencia fundamental entre la disociación patológica y la adaptativa reside en el control voluntario de ésta última, así como que promueve la integración.
Cuanto más seguro es nuestro entorno emocional y físico durante el desarrollo, más se desarrolla nuestra capacidad de integración y la tendencia natural a integrar nuestras experiencias en una historia completa, coherente y con un sentido estable de quienes somos. Nuestra capacidad de integración puede verse interrumpida o desequilibrada puntual o crónicamente si sufrimos un trauma. Disociar en un momento dado, si esto pasa, permite a la persona continuar con su vida sin ser bombardeada constantemente por la experiencia traumáticas. Sin embargo, al mismo tiempo que protege de este sufrimiento, también deja uno o más aspectos de la persona disociados, esto es, no integrados o bloqueados en experiencias no resueltas. Es como si alguno de los “cables” del complejo sistema que nos conforma, se quedaran desconectados. De ahí, que algo que en origen nace como una forma de protección del yo, acaba convirtiéndose en un obstáculo para la integración del mismo y, por tanto, para su correcto funcionamiento.
Cabe a este respecto aclarar que las situaciones que pueden resultar traumáticas para un niño adoptan formas diversas. Cierto es que en los TCA nos encontramos frecuentemente con trauma complejo (abuso sexual, por ejemplo). Si bien algo traumático que dificulte la integración también podría ser un alto nivel de exigencia familiar, una pérdida, o el nacimiento de un hermano. Es muy importante, por ende, que atendamos a cualquier episodio que haya podido resultar difícil en la vida de la persona y, sobretodo, al manejo que se dio de la situación por parte del entorno.
En cuanto a la constelación de síntomas disociativos que podemos encontrar, debemos señalar que la disociación es un término que se usa para multitud de síntomas diferentes y, en ocasiones, incluso es entendida de diversas formas por los distintos teóricos y clínicos. Siendo así, los psicoterapeutas no sólo debemos estar atentos a la sintomatología disociativa en sentido fuerte (trastornos disociativos del eje I), sino también a los procesos disociativos que subyacen al funcionamiento del paciente en su día a día y durante la sesión: cambios bruscos de estado mental, alteraciones leves del estado de consciencia o atención, saltos en el discurso o falta de coherencia, discurso desconectado de la emoción, bostezos, ausencia de recuerdos, desconexión del propio cuerpo...
En los TCA la disociación puede estar presente de diferentes formas, en función del nivel de integración estructural, si bien la desconexión del cuerpo y de las emociones suele ser muy habitual. Muchas pacientes con trastornos alimentarios refieren sentirse en una caja o jaula, detrás de un muro de gruesos ladrillos, desenchufadas… Esta es una definición muy gráfica de cómo se siente la disociación, de la dificultad para conectar con su propio cuerpo y emociones. Es necesario deshabitar el cuerpo para sobrevivir al hambre, al malestar posterior a un atracón, al dolor de la autolesión, al agotamiento, a la culpa… Pero es necesario volver a él, volver a habitar esa casa tomada, para sanar.
Como dice Anabel González (2017), “El proceso de reconciliarnos con nosotros mismos, ha de incluir también una reconciliación con nuestro cuerpo […]. Hemos de reaprender a sentirlo, a fijarnos en sus sensaciones y aprender a describirlas.”
Cómo manejamos esto en terapia
Lo primero que debemos entender es que la disociación es un obstáculo para el trabajo terapéutico, por lo que abordar esto y bajar el nivel de resistencias es primordial para conseguir avanzar en las fases del tratamiento y, por tanto, hacia la recuperación. El tratamiento en los trastornos alimentarios, máxime cuando hay altos grados de disociación, ha de hacerse por capas. Natalia Seijó utiliza a este respecto la metáfora de la alcachofa, donde las capas más externas son las más duras. Ella explica que el trabajo con las capas más externas, aunque necesario para acceder a la vulnerabilidad, activará las defensas y hará que las partes disociativas salgan a la luz en caso de haberlas.
Para atravesar estas primeras capas tan resistentes y defensivas, podemos comenzar con psicoeducación. Es muy importante hacer una buena formulación de cada caso, para poder ayudar al paciente a comprender en profundidad aquello que le pasa y por qué. Es importante que puedan comprender dónde han aprendido a protegerse así, las creencias que mantienen el síntoma, los mecanismos de regulación… para que puedan desarrollar estrategias más sanas que las sustituyan, dado que esas que fueron útiles en el pasado ya no lo son en la actualidad.
Una vez que estén preparadas, es muy importante volver al cuerpo. La mayoría de estas pacientes rechazan sus propios cuerpos. Siguiendo a Natalia Seijó (2015), el cuerpo es el enemigo y esta es la razón por la que se disocian de él. Percibir el cuerpo como un enemigo, como extraño, o silenciarlo favorece la disociación ya que puede derivar en síntomas de despersonalización y disociación. Además, desconectarse del cuerpo implica desconectarse de las emociones en gran medida, con lo que no podremos regularlas adecuadamente. Por tanto, volver a reconciliarse con él a nivel somático, entrenando la tolerancia al malestar, y trabajando con la distorsión de la imagen corporal es algo imprescindible en el tratamiento de los TCA.
Por tanto, debemos ayudar a nuestras pacientes a ver su cuerpo como un aliado en lugar de un enemigo, como un hogar que habitar, al que volver cuando las cosas se ponen difíciles en lugar de huir de él, buscando los valiosos mensajes que nos lanza y la protección que nos ofrece. Piensa en esa casa deshabitada de la que hablábamos al inicio, ¿acaso no necesitamos todos un lugar seguro y amable en el que vivir?
Pues te diré un secreto… el mejor sitio para construir ese lugar es en nosotros mismos.
Referencias bibliográficas
González, A. (2017). No soy yo: entendiendo el trauma complejo, el apego y la disociación: una guía para pacientes y profesionales.
Howell, E. F. (2013). The dissociative mind. Routledge.
Seijó, Natalia (2015). Trastornos alimentarios y disociación. ESTD Newsletter, 4 (1).
Van der Hart, O. N. N. O., Nijenhuis, E. R., & Steele, K. A. T. H. Y. (2008). El yo atormentado. Desclée de Brouwer. Bilbao.