Estos son algunos de los errores que más daño nos hacen en nuestras relaciones:
Error Nº 1: Disfrazar las emociones
Como consecuencia de las etiquetas y juicios que nos enseñan sobre las emociones (debilidad, maldad, locura, cobardía…), acabamos sintiendo vergüenza, miedo o culpa por sentir lo que sentimos. Esto lleva a que nos cueste reconocer (a nosotros mismos y a los demás) nuestras auténticas emociones. Y las disfrazamos. Las disfrazamos con otras emociones que nos parecen más aceptables (esto depende mucho del entorno) o que nos hacen sentir más fuertes y menos vulnerables (por ejemplo, expresamos enfado cuando realmente nos sentimos rotos por dentro). Pero ese disfraz es como un cortocircuito en nuestro sistema de alarmas y nos confunde, no nos deja responder bien a lo que necesitamos y tampoco a los que están a nuestro alrededor. Tu disfraz impide a los demás saber cómo te sientes realmente. Por ejemplo, si sacas enfado en vez de tristeza, los demás seguramente sacarán enfado también y eso te hará sentir más solo y aislado. Si estás en un contexto muy hostil, necesitarás seleccionar con quién te quieres quitar el disfraz y con quién no... pero ir con el disfraz puesto todo el día es muy cansado, y poco sano.
Error Nº 2: Qué es fortaleza emocional
Quizás una de las etiquetas más irónicas en emociones es la de “fortaleza emocional” y algunos autores la señalan como importante en las familias de personas con trastornos alimentarios. Socialmente, tendemos a identificar la debilidad con las denominadas “emociones suaves” (daño, soledad, dependencia, cariño, vulnerabilidad...), mientras que relacionamos la “fortaleza” con las llamadas “emociones duras” (enfado, acusaciones, amenazas) ¡o incluso con la desconexión emocional! Sin embargo, en muchas ocasiones las emociones duras tienen su origen en una defensa muy primaria (un disfraz): la persona se desconecta de las emociones que cree que le generan dolor y saca emociones duras como el enfado para sentirse “más protegido”, “más fuerte”, con “más autoestima” o con menos miedo... Lo que ocurre realmente es que esa persona no se atreve a descubrir su propia vulnerabilidad ni ante los demás ni a veces incluso ante sí mism@. Esto le va a impedir responder a lo que realmente necesita y abre un abismo de incomprensión con el otro y un círculo vicioso que le hará cada vez más daño.
Desde el punto de vista psicológico, la auténtica fortaleza está en tener el coraje de reconocer cómo nos sentimos. Sensibilidad no es debilidad. Al principio, puedes sentir que las emociones suaves te ponen las cosas más difíciles (sobre todo tristeza y miedo, que para protegerte quieren meterte en un refugio), pero te sirven para traducir el mundo y lo que significan para tí las cosas que te pasan, y eso es un super-poder para toda la vida. Necesitarás hacerte con ese superpoder, para sacar todo su potencial.
Error Nº 3: Delegar la responsabilidad emocional
Una frecuente defensa que adoptamos frente a las emociones es declinar nuestra responsabilidad sobre las mismas. Responsabilidad es muy distinta de culpa: nosotros no provocamos nuestras emociones, nos surgen; pero el hecho es que son nuestras, no del vecino, ni de la pareja, ni de los hijos, ni de los padres... Hablan de cómo vivimos nosotros mismos una determinada situación (no de cómo la viven ellos). Sin embargo, tendemos a culpabilizar al otro de nuestras emociones con “mensajes Tú” (“mira cómo me haces sentir”, “mira cómo me pones”). Nos cuesta hablar en primera persona de las emociones, y eso genera muchas dificultades porque nos quedamos anclados en una posición de víctimas, sin tomar un papel activo en la regulación de las propias emociones, y el otro se pone a la defensiva y no escucha, porque se siente culpabilizado, manipulado, atacado. Es una diferencia sutil sumamente importante: no es lo mismo decir “me tienes atacado/-a” (mensaje Tú) que “cuando tú haces eso, yo me siento...” (mensaje Yo). Anímate a hablar en primera persona.
Error Nº 4: Utilizar las emociones
La expresión emocional suele tener un impacto en la conducta de los demás. Si expreso alegría, generalmente quieren estar conmigo; si lloro, me cuidan; si expreso miedo, me protegen; si expreso enfado, les mantengo a raya y a veces consigo que hagan lo que yo quiero. Todos aprendemos esas asociaciones pronto y un riesgo es acostumbrarnos a utilizar las emociones para provocar en los demás la respuesta que queremos, o para castigarles por no haber hecho lo que queríamos. A veces es una emoción falsa (como una máscara) y otras veces (la mayoría) una exageración de la emoción (como un maquillaje...un poco drástico). Esto es lo que popularmente se llama “chantaje emocional” y “castigo emocional” e implica una profunda falta de respeto a tus emociones y a las del otro. Este tipo de manipulaciones no suele ser consciente, por ello es muy importante que nos planteemos sinceramente qué queremos, cómo lo expresamos, y si realmente sabemos aceptar un no.
Error Nº 5: Adivinación emocional
Cuando éramos bebés, nuestros padres intentaban “leer” nuestras emociones porque no sabíamos hablar. Lamentablemente, en la edad adulta a veces continuamos exigiendo a las personas que nos quieren que “adivinen” nuestros sentimientos y pensamientos sin que nosotros los digamos. Aunque es bonita la conexión que nos hace sentir que en ocasiones no hacen falta palabras, lo cierto es que esperar que siempre me adivinen las emociones es creer que el otro puede y debe ver el mundo como yo lo veo…y no es así. Detrás se encuentra a veces el miedo a recibir un “no” (porque si expreso deseos, el otro puede negarse), o un exceso de autosuficiencia (“no necesito a nadie, puedo valerme solo”) muy poco sanos. Ser capaz de pedir lo que quieres y necesitas es un signo de madurez y la mejor manera de asegurar tanto tu satisfacción como que tus relaciones funcionen bien, dando al otro la oportunidad para que se defina y también para que te conozca mejor.
Error Nº 6: Omnipotencia emocional
El error complementario al anterior es la omnipotencia en los padres, que a veces creen saber mejor que sus hijos lo que sienten o necesitan. Esto es totalmente insano ya que, incluso aunque a veces acertaran, no permiten la autonomía necesaria para el desarrollo emocional de su hijo/a. Una persona necesita aprender a conectar, auto-regularse y comunicar, y esto no es posible si hay alguien que constantemente se adelanta a sus deseos o necesidades precipitadamente. Los padres necesitamos tolerar la incertidumbre, la posibilidad de error e incluso el dolor en nuestros hijos, confiando en sus recursos de afrontamiento y aprendizaje.
Error Nº 7: confundir empatía con fusión emocional
Este error es el que cometen familiares que adoptan el estilo “medusa” en sus reacciones emocionales. Pasan de la empatía a la hiper-identificación emocional con la paciente, y eso no ayuda en absoluto ya que es como intentar ayudarle a salir del pozo metiéndonos con ella. Suele ocurrirle más al cuidador o cuidadora principal, y en estas situaciones viene bien el intercambio de roles en algunas interacciones (sobre todo las comidas) y reducir el tiempo juntos durante un período.
Error Nº 8: Confundir validación emocional con sobreprotección
Unido al anterior, suele asociarse el estilo “canguro” en la forma de relacionarse con la/el paciente. Se sobreprotege evitando que afronte cualquier reto o desafío que le haga sentir mal. Sin embargo, la sobreprotección significa confirmarle que realmente no puede, es igual que incapacitar, cuando lo que se necesita es justo lo contrario: estimular para afrontar, confiar en sus recursos, y capacitar. Parafraseando al psicólogo Haim Ginott: validamos emociones, limitamos conductas. Entender emocionalmente no es incompatible con estimular y confiar en la capacidad del otro para superarse.
Error Nº 9: confundir validación emocional con dar la razón
Este error es el que cometen familiares que adoptan el estilo “rinoceronte” en su forma de relacionarse con el/la paciente. Intentan afrontar un problema emocional desde el lenguaje racional, y con ello sólo consiguen abrir más la brecha, que la persona se sienta más incomprendida y atacada. El trastorno alimentario es un complejísimo trastorno emocional. Los razonamientos de la persona funcionan bien, el problema no está ahí, e intentar hablar con ella desde la lógica racional (sermonear, aconsejar, ordenar, intentar persuadir…) es como emitir en frecuencia FM cuando la paciente está en AM: imposible sintonizar. No es que la lógica racional no sea útil, es que no funciona si antes no se utiliza un lenguaje más emocional para conectar. El lenguaje emocional utiliza más silencios, escucha más y habla menos, refleja en vez de dar explicaciones, pregunta sobre emociones e interpretaciones subjetivas y no sobre “hechos”, describe en vez de juzgar, usa la fantasía, apoya y comparte emociones. Escuchar emocionalmente no es estar de acuerdo ni autorizar las conductas, porque las emociones son internas y las conductas externas. Es “simplemente” aceptar y respetar la experiencia emocional del otro, aunque no la comprendamos. Recuerda que respetar es diferente de “estar de acuerdo”.