Desde hace unos años vengo observando cómo se desarrolla un movimiento de reivindicación de cualquier forma y tipología corporales que defiende, especialmente, aquellas que tradicionalmente han sido ignoradas por la publicidad y la moda que llega a las pasarelas, a los escaparates de centros comerciales y a la televisión. Este movimiento empezó silencioso: era el grito ahogado de un colectivo mayoritariamente formado por mujeres que reclamaban su lugar en las revistas y en las perchas de las tiendas prêt-à-porter, un lugar para sus caderas anchas, sus vientres abultados, sus cabelleras indómitas o sus pechos demasiado caídos, demasiado pequeños o demasiado grandes.
¿Por la belleza real?
Poco a poco, el movimiento fue cobrando fuerza gracias, precisamente, a ese quinto poder al que apelaban sus voces: los medios de comunicación y, antes que ellos todavía, la publicidad –amén de las redes sociales-. Campañas televisivas, como aquella de Dove que defendía lo que sus publicistas bautizaron como “belleza real”, nos decían que las curvas, los kilos adicionales y cualquier otro tipo de rasgo físico invisibilizado hasta el momento se habían convertido, con su visto bueno, en algo normal, y que además no sólo teníamos ya el permiso de no avergonzarnos de lo que hasta ahora nos había acomplejado, sino que, todavía más, debíamos enorgullecernos de todo ello e incluso reivindicarlo, asegurarnos de que esas curvas y esos kilos seguirían acompañándonos durante el resto de nuestras vidas, porque eran algo nuestro, algo que formaba parte de nosotras, que nos identificaba.
Tras esa campaña llegaron otras similares. Por su parte, la prensa empezó a tratar como noticias de gran relevancia las eventuales apariciones de modelos con cuerpos algo más grandes y voluptuosos de los que hasta el momento habíamos encontrado en las revistas. Con el paso de los años, este movimiento de “contra-moda” ha parecido encontrar su terreno en la calle y en el mercado, especialmente en la industria de la publicidad. Más allá de eso, a su alrededor parece estar formándose toda una nueva cultura que nace de la crítica al modelo femenino imperante –cuerpos esqueléticos, a veces insanos-, a cuya promoción se le atribuyen males como la falta de autoestima que arrastra gran parte de las mujeres o los trastornos de la conducta alimentaria.
Como persona que pasó por una anorexia nerviosa, este movimiento que surgió casi en paralelo a mi proceso de recuperación siempre me causó mucha curiosidad. Al principio celebré la aparición de campañas publicitarias como la de Dove, pero pronto empecé a darme cuenta de que algunas piezas no encajaban en el puzle y decidí tomar distancia de este movimiento y observarlo desde una posición de desapego para sacar, así, mis propias conclusiones sin precipitación.
Parte de la observación a este movimiento la he realizado a través de las redes sociales. En mis muros de Facebook o Instagram se me muestran continuamente mensajes de lo que ha venido a llamarse empoderamiento femenino, y que revindican cualquier forma y figura de la mujer: algunos nos animan a querernos por lo que somos, más allá de nuestros cuerpos; otros abandonan esa perspectiva de amor incondicional hacia uno mismo y reivindican esas mismas formas y figuras como rasgos de identidad que hay que defender. No hacen hincapié en la aceptación y en el respeto hacia uno mismo por el simple hecho de existir, sino que abordan el tema desde el orgullo de tener un cuerpo “particular” o de estar por encima del peso que la publicidad continúa visibilizando en mayor medida. Estos mensajes nos dicen que debemos defender nuestros michelines, estar orgullosas de nuestra celulitis y alegrarnos de tener estrías, porque todo eso nos hace ser quienes somos, todo eso forma parte de nosotras.
En mis redes sociales aparecen, también, modelos de tallas grandes que, como acompañamiento a sus fotografías, escriben textos en los que exaltan su estilo de vida curvy, el poder intrínseco de sus curvas o la positividad que parece brindarles el hecho de tener el cuerpo que tienen. A través de una de estas modelos acabé conociendo la existencia de un libro que parecía compartir esta misma línea de reivindicación del cuerpo físico. Por curiosidad investigadora, estuve a punto de comprarlo a través de Amazon. Finalmente, decidí esperar a encontrarlo en alguna librería y poder hojearlo antes de decidir si quería incorporarlo a mi biblioteca.
Meses después, encontré este libro en uno de mis paseos por las librerías de mi ciudad. El libro estaba compuesto, en su mayoría, de ilustraciones de carácter humorístico que muestran, por ejemplo, las ventajas que el hecho de estar “rellenita” tiene sobre la delgadez. Lo que más me llamó la atención, no obstante, fue una caricatura de la actriz Christina Hendricks acompañada de un texto que celebraba el hecho de que los productores de la serie Mad men, en la que Hendricks interpretaba a una sexy y voluptuosa jefa de secretarias, hubieran incluido una cláusula en el contrato de la actriz según la cual no podía bajar de la talla 46 de pantalón durante el tiempo que se prolongase el rodaje de la serie. En el libro, como digo, se tomaba con actitud de celebración esta circunstancia: por lo visto, mientras que los espectadores de la serie se excitaran con unas curvas pronunciadas y no con las líneas informes a las que la televisión les había tenido acostumbrados durante varias décadas, el género femenino en su totalidad tenía un motivo de fuerza para alegrarse. Si la guapísima Christina Hendricks podía enorgullecerse de sus curvas y beneficiarse de ellas, entonces todas podemos enorgullecernos de las nuestras y, ¿quién sabe?, tal vez sentirnos atractivas como ella, admiradas como ella, amadas como ella.
En cuanto vi esta ilustración, empecé a comprender todo el entramado que subyace a este movimiento de “contra-moda” y de reivindicación y orgullo del cuerpo femenino que cada vez se extiende más, y que, en mi opinión, está equivocado desde la base. En este artículo me gustaría explicar mi visión sobre el asunto, exponiendo las razones que me llevan a concluir que este movimiento que parece tan democrático, inclusivo y “empoderador” para todas las mujeres contiene, en realidad, los mismos ingredientes venenosos que el paradigma contra el cual supuestamente se rebela, y tal vez algún condimento más que no sólo no mejora la receta, sino que la estropea y la convierte en un caldo de cultivo para muchas más inseguridades físicas y psicológicas de las que las mujeres éramos susceptibles de experimentar antes de la aparición de esta “contra-moda”.
Un movimiento multidireccional en el que sacan tajada los de siempre
Puede que esta “contra-moda” de reivindicación y orgullo del aspecto físico –especialmente del femenino- tuviera su nacimiento en ciertas mujeres hartas de sentirse ignoradas por la publicidad y la prensa. Ellas también querían ver anuncios de prendas de ropa que pudieran favorecerles, modelos de su misma talla en prestigiosas pasarelas, presentadoras de televisión que superaran la talla 44 de pantalón. Esto, de primeras, sólo demuestra la profunda dependencia emocional y psicológica que mantenemos hacia los medios de comunicación y la publicidad: si no nos vemos reflejados en ellos aunque sea por algo tan superficial como el físico, inmediatamente nos sentimos ninguneados y despreciados y reclamamos nuestro lugar porque, creemos, merecemos estar ahí, obtener de esa industria –una industria como cualquier otra, que vela por sus intereses del momento- lo que creemos que ella nos debe.
Y claro, ni la prensa ni la publicidad son industrias poco perspicaces a la hora de detectar las carencias y necesidades humanas, sean reales o imaginadas por nosotros. Así que ni la prensa ni la publicidad tardaron demasiado en darles a esas mujeres lo que estaban pidiendo. Primero vino la campaña de Dove: “belleza real” para todas, curvas y melenas algo más rizadas de lo normal, pero eso sí, ni un gramo de celulitis, ni un rostro inarmónico ni falto de simetría, ni una postura corporal que pudiera ser calificada de poco femenina.
La revista Cuore, surgida a mediados de los 2000, nació con un marcado posicionamiento de “contra-moda”, aunque sólo en apariencia, porque los estilismos, los maquillajes y los consejos de belleza eran –y siguen siendo- calcados a los que encontraríamos en cualquier revista femenina convencional. Por lo demás, el foco principal de esta revista era la imperfección de los cuerpos de las famosas: los rulitos de celulitis que aparecían en los muslos de Beyoncé al sentarse en el asiento de su coche o la carne colgante del brazo de Britney Spears eran señalados sin piedad como pruebas de la vulnerabilidad de las famosas, sometidas, a pesar de todo, a las mismas leyes físicas y biológicas que el resto de las mujeres. Con esta línea editorial, Cuore parecía estar remando a favor de la autoestima de las mujeres, pero sólo lo parecía, porque para –supuestamente- fomentar el amor y la autoestima seguían utilizando las mismas estrategias que todas las mujeres hemos llevado a cabo en alguna ocasión para despreciar e incluso odiar nuestros cuerpos. Estas estrategias están basadas en el odio, en la comparación, en el consuelo momentáneo que brinda pensar algo como “yo estoy fastidiada con mis kilos de más y con mis complejos, pero tú también, y más”.
La publicidad y la prensa, progresivamente, empezaron también a destacar el aspecto físico de aquellas celebridades que “se atrevían” a salir a la calle sin maquillaje o que no se avergonzaban de lucir en la calle, en la pantalla o sobre el escenario el sobrepeso causado por un reciente embarazo. La ya de por sí ignorada valía profesional de estas mujeres, constantemente acosadas por unos paparazzi empeñados en destapar sus escándalos personales, se vio todavía más reducida cuando pasamos a hablar de lo valientes que eran por mostrar sus caderas carnosas sin complejos o sus caras lavadas al salir a comprar el periódico al kiosco de debajo de casa. Ante este nuevo enfoque de la prensa y la publicidad, las mujeres que se habían sentido ignoradas por estos quintos poderes comenzaron a sentirse mejor: por fin tenían su lugar en los medios, por fin alguien se daba cuenta de que existían, por fin algo mayor y más poderoso que ellas mismas estaba reconociendo su derecho a vivir en igualdad de condiciones con las 90-60-90 tan admiradas en las últimas décadas.
Todo este mecanismo de la prensa y la publicidad que parece apoyar la autoestima de las mujeres ha venido cobrando fuerza en los últimos años, con más campañas en televisión y redes sociales, con más modelos de tallas grandes cuyos nombres ya nos suenan y respetamos, con más productos, prendas e incluso literatura que se vende bajo el lema “quiérete tal y como eres” y que, aparentemente, contribuye a devolver la seguridad y la autoestima a quienes se sienten mal con su propio cuerpo e ignorados por el sistema mediático. Pero, como digo, esto es sólo aparentemente.
Quiero concluir este post diciendo que el cuerpo no es el problema, y que lo importante es conocerte, aceptarte y quererte como eres. De cómo salir de la tiranía de la belleza hablaremos en la segunda parte de este artículo.
Y tú, ¿qué piensas de este movimiento de contra-moda?