Cuando hablamos de trastornos alimentarios, existe una ligera tendencia a centrarse en la anorexia nerviosa y en la bulimia nerviosa, y a nombrar con menos frecuencia otros tipos de TCA (siglas que engloban los trastornos del comportamiento alimentario) como por ejemplo el trastorno de atracones: conocido como trastorno por atracón hasta que se publicó la última actualización del DSM-V donde cobró dicha nomenclatura.
Por este motivo, este artículo pretende salirse de esta tendencia y se centra en su totalidad en profundizar sobre el conocimiento del trastorno de atracones, ofreciendo visibilidad a un problema mucho más frecuente de lo que nos pensamos en las consultas de psicología y de nutrición pero que sin embargo, sigue pasando desapercibido en demasiadas ocasiones.
Datos curiosos
Se estima que el trastorno de atracones (en inglés, conocido como binge eating disorder, bajo las siglas “BED”) es mucho más prevalente que la anorexia o la bulimia, sin embargo, es el menos diagnosticado.
Aproximadamente, se calcula que está presente entre el 30% y el 50% de las personas que buscan un tratamiento para bajar de peso para la obesidad (Vinai et al, 2015).
Por tanto, la obesidad y esta alteración alimentaria guardan una estrecha relación de comorbilidad, cuya prevalencia se observa más alta en mujeres que en hombres y en etapa adulta.
Un poco de teoría
Cuando hablamos de trastorno de atracones, hacemos referencia a la siguiente definición teórica:
Alteración de la conducta alimentaria caracterizada por episodios que nombramos atracones. Un atracón responde a la ingesta compulsiva y excesiva de comida en un espacio muy corto de tiempo, hasta sentirse desagradablemente lleno, acompañada de sensación de descontrol y sentimiento de culpabilidad. (APA, 2013).
Dos de los criterios para determinar si nos hallamos frente a una patología alimentaria y su grado de severidad reside tanto en la frecuencia como en la recurrencia en la cual se dan estos episodios de atracones.
La comida como fuente de malestar
Otro tercer criterio importante a determinar es el grado de malestar que producen en la persona dichos episodios. Y aquí me gustaría hacer especial hincapié en que a menudo observamos en personas que sufren esta dificultad que no solamente sienten mucha culpa, si no que suelen tener también emociones asociadas al momento de ingesta compulsiva y descontrolada, tales como: la vergüenza (por ello a menudo comen a escondidas) o la rabia, que acaban invalidando o comportando un gran sufrimiento y dolor a las personas afectadas. Esto nos conduce a pensar en la importancia de trabajar dichas emociones asociadas, más allá de tan solo centrarnos en tomar medidas más superficiales o conseguir que desaparezcan por completo los atracones (conocida como fase asintomática del problema alimentario). Además, del mismo modo, estas emociones se ven acompañadas a menudo de pensamientos distorsionados que van a ser también objetivos a trabajar para mejorar la relación con la comida.
Y al hablar de malestar asociado a la ingesta, también conviene no menospreciar el malestar que pueden llegar a causar también aquellos casos “subclínicos” que quizás no cumplen estrictamente con lo que la teoría nos dice (según criterios diagnósticos establecidos en DSM 5) pero que de un modo u otro, ya sea con “pseudo-atracones” o con episodios de desorden alimentario (“picoteo constante”, “ansiedad por comer” o “ hiperingesta”), comportan un sufrimiento para la persona que hace que su relación con la comida sea tormentosa y sean merecedores a ser candidatos a pedir ayuda profesional.
Las dietas demasiado estrictas o las prohibiciones con la comida pueden actuar directamente como un factor desencadenante de un síntoma como el atracón. Dicho de otro modo, el exceso de control y rigidez a la hora de escoger lo que comemos, actúa como un factor de riesgo para que se produzca la situación contraria de descontrol alimentario, y por consiguiente, de atracón.
Aclarando ideas
Las personas afectadas por este problema pueden creer que su dificultad es la comida, pero la realidad es bien distinta. Al igual que otros trastornos alimentarios, el problema no es la comida ya que ésta se ha convertido en otra medida de afrontamiento o de defensa más, porque no han sabido hacerlo de otra manera. El verdadero problema reside en su mundo interno y en los problemas intrapsíquicos que hasta ahora les han intentado dar una solución errónea con la comida. Y aquí aparece el principal motivo por el cual el tratamiento de esta dificultad reside principalmente en ayuda psicoterapéutica, acompañada de otras intervenciones complementarias como la educación y organización alimentaria de la mano de un dietista-nutricionista, o el seguimiento de problemas físicos asociados con médicos especialistas.
En cuanto a la diferenciación con otros tipos de trastornos alimentarios descritos, cabe destacar que en el transcurso de la bulimia nerviosa, también existe esta característica de la presencia de episodios de atracón, pero conviene prestar atención de que a pesar de guardar puntos en común, existe la distinción que las personas que sufren trastorno de atracones no llevan a cabo conductas compensatorias (vómitos, ayunos, etc) mientras que las personas que sufren de bulimia nerviosa, sí que realizan dichos mecanismos de compensación.
Comer en exceso o hacer períodos de comidas excesivas es algo muy habitual y hasta incluso una vivencia muy normalizada y aceptada en la sociedad. Si transcurre con una frecuencia puntual o esporádica, en principio dista de convertirse en un trastorno mental como es el trastorno de atracones (tal y como hemos dicho al inicio, uno de los criterios es la frecuencia de los síntomas). Aunque insisto, no conviene “bajar la guardia” a otros muchos casos que se desarrollan a caballo entre un trastorno con entidad propia y otro tipo de espectros más subclínicos o problemáticas más secundarias.
Claves para detectarlo
Nunca es tarde para pedir ayuda, y algunas de las señales que nos pueden ayudar a detectar si una persona puede sufrir alteraciones que pueda desencadenar en un trastorno de atracones son:
- Sobrepeso u obesidad y/o insatisfacción con el peso.
- Múltiples fluctuaciones de peso no justificadas por causas médicas o físicas.
- Insatisfacción con su apariencia física o su cuerpo.
- Tendencia a un bajo estado de ánimo.
- Dificultades en las relaciones y círculos sociales.
- Baja autoestima.
- Cambios bruscos en las elecciones alimentarias.
- Preferencia excesiva por determinados alimentos: sobre todo aquellos más palatables: ricos en grasas o en azúcares simples.
- Gestionar las emociones (sobre todo aquellas desagradables) sólo a través de la comida.
- Uso de la comida con otros fines o funciones que no son la de disfrutar, alimentarnos y nutrirnos (como castigo, premio, recompensa, o solución a nuestros problemas).
Bibliografía
- Blume, M.; Schmidt, R.; Hilbert, A. Executive Functioning in Obesity, Food Addiction, and Binge-Eating Disorder. Nutrients 2019, 11, 54.
- Hilbert, A., Petroff, D., Herpertz, S., Pietrowsky, R., Tuschen-Caffier, B., Vocks, S., & Schmidt, R. (2019). Meta-analysis of the efficacy of psychological and medical treatments for binge-eating disorder. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 87(1), 91-105.
- Asociación Americana de Psiquiatría (APA). (2013). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (5 ª ed.). Arlington, VA:. American Psychiatric Publishing.