La sensación crónica de vacío es habitual en patologías como el trastorno límite de la personalidad (TLP) y algunos estados depresivos. Sin embargo, no es necesario tener uno de estos diagnósticos para sentir esta situación puntualmente.
El sentimiento de vacío ha sido descrito de diferentes maneras a lo largo de la historia. Filósofos y clínicos han ocupado su tiempo en tratar de describirlo, de forma que encontraremos desde concepciones espirituales del vacío hasta hipótesis del uso del vacío como mecanismo de defensa, pasando por la búsqueda del sentido de la vida.
Algunos pacientes describen este vacío como si tuvieran un “agujero negro” que los envuelve y que es imposible de llenar. Los aspectos comunes que nos vamos a encontrar, por lo general, es que este vacío genera una sensación de mucha angustia y desorganización de la identidad y que tiende a ser compensado (o llenado) de forma impulsiva, sin éxito. Existen diferentes formas de tratar de cubrir este vacío que los pacientes poner en marcha, todas ellas llevadas a cabo con cierta compulsividad: comer emocional o atracones, compras, relaciones sexuales y/o románticas, consumo de sustancias, búsqueda del éxito…
Imagen extraída del cuento “El vacío” de Anna Llenas
En la vida podemos encontrarnos con muchos tipos de “tapones” para cubrir el vacío. Pero lo único que verdaderamente puede llenarlo está dentro de nosotros.
Cuando pregunto a mis pacientes dónde sienten el vacío en el cuerpo, es común que me respondan cosas como en el estómago o en la tripa. Esta localización tiene especial relevancia en personas que tienen una relación alterada con la comida.
Además del vacío, son muchos los estados emocionales que pueden generar sensaciones en la tripa. El aparato digestivo está relacionado con el sistema nervioso autónomo, de forma que en esta zona se nos activan “sensaciones viscerales” en respuesta a algunos estados emocionales. De hecho, a día de hoy sabemos que muchas alteraciones digestivas son de carácter psicosomático; siendo síntomas que responden a una mala gestión de las emociones.
Cuando nuestras necesidades físicas y emocionales no han sido bien atendidas, reflejadas o validadas, el resultado es que no aprendemos a identificar las señales de nuestro cuerpo y mucho menos a desarrollar estrategias sanas para calmar esas sensaciones, es decir, a regularnos.
Puede que interpretemos estas sensaciones como hambre, por la zona en la que están, o que establezcamos el juicio de que hemos comido demasiado. O simplemente puede que hayamos aprendido que comer nos calma, y siempre que sintamos ese malestar recurramos a la comida.
La cuestión es que estas sensaciones nada tienen que ver con el hambre y, por tanto, no es algo que podamos solucionar a través de la alimentación. Debemos empezar a conectar con nuestro cuerpo y aprender a descifrar estos valiosos mensajes que nos trae, porque aunque nadie me haya enseñado aún estoy a tiempo de aprender.
Cuando estas sensaciones aparezcan, acostúmbrate a hacerte estas tres preguntas:
¿Qué siento?
¿Qué necesito?
¿Qué puedo hacer por mí?
Verás como las respuestas no tienen nada que ver con la comida y como, poco a poco, irás entrenando a tu cerebro y a tu cuerpo a interpretar las señales de otro modo que te permitirá comenzar a atender tus verdaderas necesidades.