No creces, no vives, no mueres, no estás. La enfermedad logra que poco a poco, casi sin darte cuenta, pierdas la noción del tiempo y no sólo eso, te aleja de todo y de todos, también de ti. Entonces, deambulas como un espíritu perdido entre dos mundos; el de los vivos y el de los muertos, y enloqueces. Te vuelves loco de desamor, de soledad, de tristeza, de vacío y sobrevuelas en una pesadilla dantesca de la que crees que jamás vas a poder despertar, dónde nada es lo que parece, porque ni siquiera existe.
Mientras tanto el mundo sigue fiel a su curso, allá afuera tras el espejo. Se mueve a una velocidad vertiginosa, cambia constantemente, sin esperar a nadie y cuando sales de la enfermedad, inevitablemente, sientes abrumación, nostalgia, desasosiego, desconcierto y unas tremendas ganas de llorar. Son lágrimas de felicidad que se entremezclan con añoranza.
Puedes observar nuevamente a través de los ojos de la vida, que tu entorno ha cambiado. Las calles que transitabas antes de caer enfermo, ahora tienen otros nombres, han abierto nuevos comercios y cerrado los que permanecían en tu memoria, son otras las personas que van caminando por sus avenidas y otros los niños que están jugando en sus parques. Todo es diferente después de la enfermedad, eso es hermoso porque la vida te concede una segunda oportunidad; y se muestra ante los ojos expectante e inquietante, curiosa y prometedora, como los rayos de sol que nacen un día tras otro, al ras del océano profundo, soñador e infinito.
No obstante, también trae consigo pinceladas negras y melancólicas. Eres consciente de que la enfermedad te ha robado etapas, te ha arrancado vida. Cuando uno logra resquebrajar los cristales de un trastorno de alimentación como la anorexia, no puede evitar sangrar y sufrir secuelas, uno tiene la sensación de que ha estado perdido, fuera de su ciudad, más bien de su país, o quizás y me atrevería a decir, que uno siente que ha estado encerrado en un aterrador, infernal e indescriptible universo paralelo.
La anorexia asesina tu sonrisa, el brillo de tus ojos, debilita tus huesos y tu corazón hasta que deja de latir. Tu cuerpo deja de tener formas, salvo las propias de un esqueleto. La anorexia se alimenta de la muerte, del dolor, de las lágrimas, de los miedos, del aislamiento y de la angustia. Y uno no sabe, se siente incapaz de expresar a qué le teme, porque ni tan siquiera él o ella, es consciente de las heridas que encierra su alma.
Nadie en su sano juicio decide padecer un trastorno de alimentación, aunque pueda involucrarse de manera voluntaria en conductas de riesgo que le pueden llevar a desencadenarlo el día de mañana, como el hacer dieta o ejercicio en exceso. Los trastornos de alimentación son enfermedades multifactoriales muy graves que afectan la identidad global del individuo, dañando severamente cada órgano y cada área de su vida.
Gracias a todas las personas que aportan un granito de arena para hacer más visible estas enfermedades. Gracias a aquellos que van más allá de los síntomas, porque es precisamente ahí dónde se halla la raíz de la enfermedad. Gracias a quienes se niegan a vestir de morbo y amarillismo los trastornos de alimentación. Gracias a quienes se suman a prevenir desde la información y la realidad. No a los trastornos de alimentación; no más vidas perdidas.
Silencio. Cae la noche.
Las estrellas que hoy no brillan, me acogen en su alma.
Blancas las palabras y oscuro mi cuerpo, negra mi mente.
¿Viste que no vivo?
¿Viste que no muero?
Viste que no soy... ni siquiera quien yo quiero...
Amanece.
Caen las primeras gotas de lluvia con el despertar del alba.
Comienza un nuevo día y quizás...
Quizás ya no esté mañana.
Poema extraído del libro Niños Perdidos de María Casas.
Imagen de portada: Aurora Boreal, en Laponia. Autor: David Gámez.