Hoy es mi primer día de curro y para la ocasión estreno modelito!! Camisa, pantalón y zapatos nuevos. Todo de última moda. Ya se sabe que “a trabajar no puedes ir de cualquier manera”, además “la primera impresión es la más importante” (o eso es lo que he escuchado toda mi vida).
Echo última mirada al espejo antes de salir pero no consigo verme detrás de lo que llevo puesto encima.
Salgo a la calle y mientras ando… ZAS! Siento que todo el mundo me mira. La culpa es de esta americana acartonada que llevo hoy, hacía que no me ponía una desde la comunión de mi prima Tere. La gente sigue mirándome con cara burlona, debe ser por estos malditos pantalones. Sigo andando hasta llegar a la oficina, arrastrando los zapatos duros como un pato en penitencia.
Me miro en el espejo del ascensor pero no me reconozco en el espejo. Siento que llevo puesto un disfraz de tigre, naranja chillón y peludito, no consigo ver quién hay debajo del traje. Abro la puerta del despacho y me presento, vestid@ con ese disfraz que nada tiene que ver conmigo.
Ahora piensa ¿Cuántas veces has sentido que llevabas un disfraz de tigre?
Puede que haya sido en otra circunstancia y en otro lugar, pero casi tod@s hemos experimentado esa sensación tan chunga de estar a disgusto con lo que llevamos puesto. Esa sensación de que todo el mundo te mira. Esa sensación de no “verte bien”.
Pero… ¿Por qué nos sentimos a disgusto con prendas que hemos escogido nosotr@s?
Imagina que tu boca hablara sin control y dijera cosas que tú no quieres, ¿cómo te sentirías?.
Con tu imagen sucede exactamente lo mismo, tu imagen lanza un mensaje sobre ti pero si lo que estás contando desde el exterior no tiene nada que ver con quién eres tú (tu interior) esto te aleja de ti mism@, generando un desequilibrio incómodo. Y aquí es cuando aparece la famosa sensación de inseguridad.
Entonces… ¿Por qué nos vestimos con prendas que nos hacen sentir incómod@s?
Quizá nos estamos dejando llevar por los dictados de la moda, o escogemos el mismo look que un/a amig@ porque nos parece que tiene mucho estilo, o alguien nos recomendó que nos pusiéramos eso o nos vistiéramos así, puede que escucháramos un comentario sobre nuestro cuerpo…. ¡Las razones pueden ser infinitas!
Nuestro cerebro almacena todas las experiencias que hemos tenido en relación a nuestra imagen y las guarda en pequeños cajoncitos etiquetados en base a lo que hemos sentido. En esos cajones nacen las creencias: ideas que construimos sobre nuestra imagen en relación a lo que hemos vivido.
Hablando de este tema, mi amiga Julia me contaba un día que cuando ella era pequeña su abuela le decía a menudo: “Niña, la elegancia está en la discreción”. Julia guardó esta experiencia en su cajón y de ahí nació su creencia de que “llamar la atención no está bien”. Durante toda su vida había vestido de colores oscuros o apagados y cuando alguien le hacía un cumplido sobre su imagen le daba muchísima vergüenza sentir que alguien se fijaba en ella.
¿Cómo podemos hacer que nuestra imagen nos represente?
El primer paso de todos es conocernos bien por dentro y por fuera. Entender la manera en la que nos hablamos y detectar nuestras creencias, conocer las formas y el movimiento de nuestro cuerpo, y al mismo tiempo valorar nuestras cualidades internas.
Al fin y al cabo, se trata de ser conscientes de quienes somos en nuestro interior para decidir qué mensaje queremos lanzar mediante nuestro exterior. Así, cuando nos miremos en el espejo nos veremos a nosotros mism@s y podremos decir adiós al disfraz de tigre.
Y tú, ¿ya sabes qué quieres decirle al mundo mediante tu imagen personal?
Imagen de portada vía TheDarkRoom.