Cuando volví a nacer

Escrito por  20 Jun 2017

Nunca es tarde para convertirte en la persona que amas.

Haciendo limpieza de cajones  han caído entre mis manos un par de papeles bastante arrugados, escritos con letra rápida y guardados al fondo, como escondidos. Nada más empezar a leerlos me han empezado a llover recuerdos, son todo sentimientos de tristeza, de odio hacia mi cuerpo, dolores de cabeza… Y al leerlos ya no vuelve ese dolor sino que respiro y  sonrío. Amo la vida que tengo. Escribiré lo que, inmersa en la pena, la tristeza, superando esta mierda, escribí. Lo copiaré tal y como está, sin corregir nada. Están escritos entre lágrimas, el boli a toda mecha para que la razón no entrecorte el alma, me abro aquí, ahí van:

 

Por dónde empezar… te odias, reconócelo, y duele.

 

¿Qué ha pasado? ¿dónde está tu risa, tu buen humor...? ¿Porqué lo cambiaste? Te vendría tan bien ahora, y lo echan tanto de menos los que te quieren.

 

Ni cuándo, ni cómo, ni porqué, pero se esfumó. Ahora los días son más que tristes, malhumorados. Porque lo que ves no te gusta y lo que antes no dolía tras verte, ahora duele.

 

Ahora envidias aquellos que comen y sonríen, se visten y sonríen, se miran ante un espejo y no entristecen. Aquellos que no cuentan calorías, los que quedan para cenar y no piensan más que a quien verán, de que hablaran, dónde irán sin más.

 

Se que echas de menos muchas cosas que poco a poco has ido dejando atrás, y sabes de sobra que esto te entristece más que nada, que dejaste de creer en ti, que podías, que valías….

 

Reconócelo, has dejado de disfrutar, y no solo comiendo. ¿Te has parado a pensar la de cosas que te pierdes viviendo tan pendiente de un mínimo cambio en tu cuerpo?

¿Te has parado a pensar la de cosas que te puedes perder si esto no cambia? Aún peor, ¿si va a más?. El cuerpo no sé, pero la mente dudo que soporte tanto. Y si tu no eres capaz de soportar ¿quién lo hará? o peor, ¿quién lo pagara? Porque sabes que los que te quieren siempre estarán, pero ¿cómo les va a llegar tu amor?

 

Sabes que no puedes escribir o pensar en ellos sin llorar. Han ido luchando siempre a tu lado desde... desde siempre. Y tú puedes ver lo que transmiten al mirar, como vas desperdiciando todo este tiempo, como lo dejas que pase ante ti y tu inconsciente. Y luego notas como se entristecen cuando mencionan a su Aida de siempre, la que reía y bromeaba, la que sacaba el genio y luchaba por sus valores, sus ideales…

Entonces te animas a que sigas con esto, tratan de sacarte una sonrisa y a veces desde el cariño te preguntan: ¿cómo va el coco? ¿qué piensas? ¿a qué le das vueltas?, en cuanto tu cara cambia por una mirada al espejo, por una conversación.

 

Tu hermano al margen pero presente y enterado de toda la situación, viene en silencio y te da un beso. No dice nada, tampoco hizo falta.

 

Y ahora, estás en un punto en el momento, en el lugar y con las personas que te quieren, contigo, para dar el paso y decir HASTA AQUÍ. Cerrar una etapa que ya parecía haberse convertido en un estado de ánimo, poder darse cuenta de lo que vives y disfrutarlo, valorarlo. Porque tienes todos los ingredientes para ser feliz.

 

Bueno, una vez copiada me vienen sensaciones, emociones… A día de hoy puedo decir que ya voy de cena con amigos y no pienso si la carne llevará salsa o si no habrá ensalada, soy capaz de salir de un plato y disfrutar la noche con mi gente, tampoco pienso en mi digestión. He vuelto a reír a carcajada limpia por tonterías, en casa ya no ven tristeza en mis ojos, bailo haciendo el chorra con mi hermano, entendí que el light no tiene sentido ni para un diabético, si hay un mal día respiro y se que mañana irá mejor, tengo fuerza para luchar por lo que quiero, centro mis energías y mi tiempo en lo que me ilusiona, entendí que el amor no es dejarte cuidar, que va más allá, primero me amaré y luego lo compartiré.

 

Disfruto secándome el pelo de noche con una vela y una canción que me hace sentir bien, bajo la ventanilla del coche y sonrío cuando el aire mueve mi pelo como un videoclip de Beyoncé, bailo dentro de los probadores de las tiendas donde tantas lágrimas derramé por una talla arriba-abajo, me voy de cañas y pico sin contar el número de cacahuetes, me como la chocolatina que me ofrece un nene de madre suiza, soy capaz de parar y tomar conciencia de donde estoy, si siento frío o calor, a que huele, que se siente… Porque no puedo parar el tiempo y quiero que la vida no me pase de manera fugaz, quiero vivirla, disfrutarla, bailarla…, quiero exprimirla.

 

No me olvido del 10 de junio de hace ya 3 años atrás, cuando en la cena fastidié el cumpleaños de mi padre, sí, por una ensalada, no recuerdo si fue por la salsa o si por el picoteo, en fin, discutiendo con ellos acabamos todos llorando… Esa noche lo hablamos: era hora de buscar ayuda.

 

A día de hoy “bendigo” esa noche, esa “mala noche”. Caí en manos de excelentes profesionales, ya hace 3 años de aquello y puedo asegurar que durante todo el tratamiento tuve ganas de abandonar alguna vez, pero siempre había un relato, un recurso, una frase o un silencio que hacía que siguiese luchando. Para mi era como desnudar el alma y confiar, sentía que cada vez que iba a consulta salía peor, era como el refrán “al remover la mierda, ésta huele”, y así era.  El tratamiento no es una dosis en comprimidos o un gotero…, es energía, constancia, fuerza, voluntad, apoyo, y sí, mucho lloro, ansiedad y miedo. Sorprendentemente siempre había un recurso para cada una de las etapas, para cada miedo. Te desnudas, confías y te abres ante dos personas desconocidas para que te ayuden a salir de tu infierno que tiñe tu casa, tu familia y tu mirada.

 

Pasar esta enfermedad, esta mierda (no tiene otro nombre), es duro, durísimo, pero cuando entre tantas lágrimas, tanto sufrimiento caminas, y caminas, caes, te levantas, lloras y caminas…, te hace sentir orgullosa, creer en ti, puedes con esto y con más.

 

Antes de empezar todo el tratamiento creía firmemente que era imposible que una persona con toda esta “parafernalia” en la cabeza pudiese recuperarse y salir, ahora puedo decir que sí, se sale. Las voces se apagan, el pincho y caña a las 17h de la tarde dejan de ser un problema, la comida no es el centro de tu vida y aprendes a dejar de ser tan esclavo de tu cuerpo.

 

Vivimos rodeadas de dietas milagro, operaciones bikini y ángeles de Victoria Secret, y debo reconocer que a día de hoy es una lucha interna para que todo esto no cale y la enfermedad no vuelva a abrazarte, ni tan siquiera rozarte.

 

Agradezco la calma, el silencio tras un cambio de talla por una variante de pantalón o después de comer un helado en buena compañía. La sensación es como el alma envuelta en vaselina.

 

Puedo decir que he aprendido a conocerme, pero sobre todo a escucharme. Saco muchísimas cosas positivas que me han hecho crecer y que me han enriquecido. PUEDO DECIR QUE SOY FELIZ Y NO LO CAMBIO POR UN PAR DE TOMATES.

 

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Aida Burriel

Matrona en Hospital de Reino Unido.

Colaboradores

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