Un duelo es un proceso de despedida. En ocasiones sólo prestamos atención a las grandes pérdidas, pero no son las únicas: decimos adiós a cosas casi cada día. Nos despedimos de personas, de trabajos, de lugares… despedimos una meta que no hemos podido alcanzar o una expectativa que no se ha podido cumplir. Un cambio también conlleva una pérdida, ya que dejas algo atrás para avanzar hacia otra cosa que es nueva, (mejor o peor, eso lo dirá el tiempo), pero nueva, con su respectiva dosis de incertidumbre.
Los duelos hay que vivirlos, acogerlos, llorarlos, patalearlos, atravesarlos al fin y al cabo. Un proceso de duelo es como una habitación cuya puerta de salida se encuentra al fondo, sólo puedes salir de él si lo atraviesas. Esto nos da dos opciones; caminar en él y dejarnos acompañar por un dolor inevitable (inherente a la pérdida), o resistirnos a entrar a esa habitación y generarnos una alta dosis de sufrimiento evitable. A la larga, sufrimos más tratando de evitar el dolor que si lo aceptamos como parte del camino.
Los 3 duelos de la adolescencia
Uno de los cambios evolutivos que todos tenemos que atravesar es el paso de la infancia a la adolescencia, que supone 3 pérdidas fundamentales:
- Pérdida del cuerpo infantil. El cuerpo del adolescente está pasando por una época de grandes cambios (internos y externos). Esto puede generar un rechazo inicial al no reconocer ese cuerpo como suyo y un deseo de parar los cambios que le descolocan en ese momento. Cuando trabajamos con trastornos de alimentación (TA) nos encontramos a menudo púberes y adolescentes que envidian los cuerpos infantiles de niñas más pequeñas o compañeras que aún no han hecho el cambio corporal.
- Pérdida del rol infantil. Avanzar hacia la etapa evolutiva de la adolescencia implica asumir progresivamente responsabilidades y retos para los que el niño/a puede no sentirse preparado/a. Implica aceptar un cambio de rol, dentro y fuera de casa. Aparecen entonces los miedos, las inseguridades, las dudas… todo parecía ser más fácil antes.
- Pérdida de la cercanía en la relación con los padres tras la infancia. Cuando somos niños idealizamos a nuestros padres, que nos parecen superhéroes capaces de conseguir cualquier cosa hasta que en la adolescencia los bajamos del pedestal y empezamos a ver sus defectos y fallos. Descubrimos que no son perfectos, y eso implica dejar atrás una realidad que nos acompañó durante años. Además, de niños contamos con su atención casi exclusiva, atención que va progresivamente disminuyendo a medida que el hijo/a va aumentando su autonomía. Es un ajuste necesario y deseable, pero que implica también, pérdidas. La pérdida de la relación tal y como la conocíamos hasta ese momento.
En medio de este tsunami emocional que vive el recién estrenado adolescente, en ocasiones, (y dados otros factores predisponentes) la anorexia aparece como un intento de solución que les permite bloquear temporalmente esas pérdidas y así evitar a corto plazo el dolor.
El papel de la anorexia
La anorexia permite ("sirve") para no afrontar ninguna de las tres:
- Las restricciones alimentarias y la malnutrición detienen el crecimiento. Se mantiene durante más tiempo el cuerpo infantil o se enlentece el proceso de cambio corporal.
- La anorexia paraliza las tareas evolutivas (individuales y familiares) de la adolescencia. Cuando un TA aparece en la vida de alguien es como si alguien apretara el botón de “pausa” y se detuviera el tiempo. Los pensamientos y conductas obsesivas lo ocupan todo, la apatía se adueña de la persona y no queda energía ni tiempo para afrontar la vida.
El mismo proceso ocurre con la familia, las normas y dinámicas de antes del TA quedan pausadas tal y como estaban (en este caso en la infancia), todos los esfuerzos, pensamientos y energías se dirigen a la enfermedad y el ciclo vital familiar tampoco evoluciona hacia la nueva etapa.
- Vuelven la protección y atención casi exclusiva de los padres. Cuando la anorexia da la cara, los niveles de angustia y miedo de los padres suele ser muy altos, por lo que tienden a sobreproteger a su hijo/a enfermo/a y a volcar en él/ella toda la atención, creyendo que en ese momento es lo mejor para él/ella. (Para más información, puedes leer el modelo Maudsley de afrontamiento familiar y 10 pautas que funcionan para padres en apuros)
Pero ya sabemos que evitar el dolor produce sufrimiento: la enfermedad había aparecido como un intento de solución pero acaba haciéndoles pagar un precio muy caro, vivir un infierno. No se puede parar el curso de la vida, sin que eso tenga un coste.
Parte fundamental del trabajo de terapia es acompañarles a ellos/as y sus familias en el proceso de aceptar su edad, y de adaptarse a esta nueva etapa del ciclo vital con todo lo que ella conlleva; las despedidas, las responsabilidades, los miedos y los retos, pero también las ilusiones, los sueños, las potencialidades y la libertad.
Bibliografía
- Mi hijo es un adolescente (2015) J. Knobel Freud. Ediciones B
- El duelo terapéutico (2014) J. zurita y M. Chías. Editorial Niño Libre