Érase una vez un evento infantil en un centro comercial...
Un fotógrafo hace fotos a las niños, les regala un globo de la marca y caminan con él sobre una pasarela. En la cafetería cercana unos caballitos, de esos que pones un euro y dan vueltas. En ellos dos niñas de 7 años:
- Oye... ¿Tú eres modelo?
- Yo sí, ya me han hecho la foto.
Entonces la primera se da la vuelta y le dice a su madre:
- Mami, pues no sé como es modelo con lo gorda que está.
- Ya, responde la madre.
La culpa, los valores... ¿Quién creéis que es más peligrosa la madre o la pequeña de siete años?
A lo largo de mi carrera como entrenador he vivido situaciones con mis clientas que me han hecho sentir orgullosa: cuando me han traído a uno de sus hijos para que lo entrene y le haga consciente de que el ejercicio es una herramienta para divertirse a la vez que preservamos nuestra salud, no para lucir una talla de un pantalón de una marca concreta del que hablan sus amigas en el patio del cole. Adoro a mis niñas y a sus madres, esas que siempre les traen su almuerzo después de entrenar, les dan un beso y les dicen: ¿Cómo te lo has pasado hoy? Adoro a mis clientas, que me conocen y me hacen sentir parte de la familia confiando en mí a lo que más quieren en el mundo: Sus hijas.
El otro extremo también lo he vivido. Madres que traen a sus hijas menores de edad a entrenar, se meten en mi sala de entrenamiento mientras trabajo y me exigen que “le apriete más a la nena” para que pierda peso. Es lo que llamo “las madres peligrosas”. Creo que a veces no son conscientes de lo que hacen o de lo que pueden llegar a hacer.
He tenido casos adolescentes con problemas de movilidad, cuyas madres estaban más preocupadas por los registros de su báscula que por restablecer su funcionalidad. Como entrenador y director de un centro de entrenamiento como es
PERFORMA, siempre he intentado convivir de la mejor manera posible con estas situaciones y trasmitir coherencia a las familias junto con el equipo médico, pero a veces es muy difícil. El problema lo tienen las madres peligrosas que vuelcan sus anhelos o frustraciones sobre sus hijas. Las destrozan sin querer y en la mayoría de los casos les generan inseguridades, que acaban en falta de autoestima y, a veces, desembocan en un trastorno alimentario.
Nuestros hijos no son nuestros, hagamos del ejercicio un vehículo para aumentar su consciencia corporal, su autoestima.
El ejercicio es un juego, no un fin para dar salida a las inseguridades de sus madres. Son niñas, no modelos. No las queramos perfectas, simplemente querámoslas. No las hagamos crecer más de lo que la sociedad ya les obliga.
Y colorín colorado. Este cuento desgraciadamente no ha acabado....