Siempre que hablamos de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), quienes trabajamos en ello, intentamos dejar claro que se trata de trastornos mentales. Patologías complejas y multicausales, que requieren un abordaje multidisciplinar. Lo remarcamos porque el desconocimiento que hay alrededor de estas enfermedades suele llevar a enfocar mal el problema.
Al haber un comportamiento patológico en la relación con la alimentación, y, por lo general, también una alteración en la percepción de la imagen y el peso corporal, se tiende a catalogar a la persona que la padece como alguien que tiene “un problema con la comida”, cuando en realidad el conflicto está en la gestión emocional.
Si bien la base del abordaje terapéutico debe ser psicológica y/o psiquiátrica, en el tratamiento óptimo deben participar nutricionistas, médicos endocrinos, entrenadores personales, trabajadores sociales y otros profesionales pertinentes según el caso particular. Al ser patologías que afectan al comportamiento a la hora de alimentarse, ya desde hace unos años se ha reconocido la importancia del tratamiento dietético y nutricional, tanto para normalizar el peso, en el caso de que estuviera afectado, como para reconducir a los pacientes en el aprendizaje de hábitos que no se adquirieron en la infancia o que se hayan visto alterados por la evolución de la enfermedad.
La educación nutricional como herramienta principal
Sin lugar a dudas, la educación o reeducación nutricional es la clave, desde el punto de vista de nuestra especialidad, en el abordaje de los pacientes que sufren TCA y también de su familia en muchos casos. Mi compañera Andrea Arroyo nos hablaba de ello en un magnífico post que titulaba “Claves de la educación nutricional en trastornos alimentarios”.
Y es que cuando llega un paciente a la consulta de nutrición, por lo general, nos encontramos con una persona que posee muchos conocimientos acerca de la alimentación. La mayoría de ellos, equivocados. Los obtienen de páginas web y sitios de fácil acceso en los que la información abunda, pero puede que no tenga seriedad, ni esté contrastada.
Si tenemos en cuenta que la alimentación es algo cotidiano, un tema del que todos hablamos y sobre el cual nos sentimos con derecho a hacerlo por el simple hecho de hacer elecciones constantes sobre lo que nos llevamos a la boca, y si a eso le sumamos el factor cultural y social, el contexto se complica aún más.
Debido al exceso de información, de creencias y de opiniones, es fácil caer en “la trampa” y que justamente esa persona afectada por un TCA se esté informando en sitios que la lleven a restringir o evitar ciertos alimentos sin un criterio válido. Y que haya puesto en marcha rituales y tenga creencias e incluso hábitos alrededor de la comida que lleva años repitiendo, y por tanto estén muy incorporados en su vida.
La educación nutricional, por lo tanto, es la herramienta con la que trabajamos desde el primer momento en que nos enfrentamos a este paciente. La normalización del patrón de alimentación será nuestro principal objetivo una vez reestablecido el peso si estuviera afectado.
Parece sencillo, ¿verdad?. Pues no lo es. Hay que lograr que nuestros pacientes descarten ideas erróneas que ellos consideran válidas, y que accedan a empezar desde cero. Es como borrar un “disco duro” cargado de mitos, creencias y rituales a los que se aferran de una forma muy radical porque es lo que les da esa seguridad o estabilidad emocional que necesitan.
La tarea, para el dietista nutricionista, es complicada. “Desaprender” requiere mucho esfuerzo, genera incomodidad, resistencia y desconfianza. Desestabiliza, por lo que en ese terreno nuestra tarea es aportar conocimiento y consejos para que el propio paciente pueda ponerlos en práctica. Es uno de los puntos en los que nos encontramos con el miedo irracional hacia ciertos alimentos y todo lo que rodea a este tipo de trastornos.
Aquí es donde cobra importancia ese abordaje multidisciplinar e interdisciplinar del que hablamos al principio. De la comunicación entre los profesionales implicados en el tratamiento, tanto si es a nivel ambulatorio como en ingresos hospitalarios o centros de día, dependerá, también, su éxito o su fracaso. La información que demos a nuestros compañeros sobre el progreso, la evolución del paciente y los aspectos sobre los que debería trabajar el otro profesional es vital para lograr esa sinergia con la que conseguiremos avanzar.
La confianza, nuestro hilo conductor
¿Y cómo conseguimos que ese paciente que tiene tan aferradas algunas ideas erróneas con respecto a la alimentación sea capaz de dejarlas de lado?
La confianza que podamos despertar en él es fundamental.
Desde el primer contacto que tenemos con el paciente de TCA es imprescindible que los esfuerzos estén orientados a que no se sienta juzgado, a que se encuentre cómodo y nos vea como aliados para su recuperación, su salud y su bienestar. La empatía y la sensibilidad que demostremos en este momento serán los cimientos sobre los que empezaremos a construir un tratamiento. La relación del paciente con el nutricionista es clave para lograr el nivel de compromiso que necesitamos.
Por todo esto, está claro que en TCA la labor del nutricionista no se limita a dar indicaciones sobre qué, cómo y cuánto comer. Implica más bien un compromiso de recorrer juntos ese proceso de reaprendizaje que por lo general es largo y doloroso. La información que demos al paciente y a su familia, ayudará a entender lo que les pasa y cómo pueden colaborar para modificar las conductas alimentarias que no sean correctas.
Los miedos y los mitos se deben ir trabajando progresivamente. Siempre que el estado de salud lo permita, se ha de hacer lentamente, con cierto consenso. Los nutricionistas debemos convertirnos en una especie de red en la que el paciente pueda “dejarse caer” para ir avanzando, debe haber conexión y confianza. Tenemos que ayudarlo a transitar el camino hacia la recuperación y, muy importante, enseñarle que es gratificante.
Por todo ello el nutricionista es una figura que puede aportar mucho a la intervención en TCA, sobre todo cuando la base de la alimentación no ha sido buena o se ha ido deteriorando con la enfermedad.
Ser testigos de cómo el paciente va siendo capaz de despojarse de miedos y pensamientos distorsionados para plantarle cara al trastorno es una gran satisfacción que nos da esta bonita profesión.