No hay emoción más tramposa que la culpa, pues nos pone trampas en nuestra conducta, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones…y también en nuestras relaciones, metiéndonos en círculos viciosos complicados.
Bucle 1: Omnipotencia
Es la tendencia a considerarse total responsable de conductas y emociones de los demás. La culpa te hace sentir mal pero en el fondo con poder, ya que te transmite la idea de que siempre puedes hacer algo para conseguir que el otro se sienta de otra manera o actúe de otro modo, que si tú cambias en …(”lo que sea”)… él/ella cambiará. Pero la realidad es bien distinta, no tienes tanto poder, no puedes con todo, las conductas y emociones son responsabilidad última de quien las hace y las siente. Que a veces puedas influir un poco no significa que dependa de ti. El error consiste en atribuirse la responsabilidad completa (o casi) de algo en lo que en realidad influyen múltiples factores. Cuanto más omnipotente te creas, más probable es que acabes creyendo que podrías y deberías evitar o haber evitado el daño.
Además, la culpa es como una lupa gigante sobre ti: de tanto mirar tus defectos, sólo ves tus fallos y errores, no ves los del otro, al que acabas viendo como “víctima” o “incapaz”. Esta dinámica genera también mucho malestar en el otro, aumentando su sensación de dependencia, y de rabia por esa minusvaloración que adivina o culpa por “no saber dejarse ayudar”. Esta trampa es frecuente en familiares de personas afectadas por un trastorno alimentario. También se convierte en la principal arma arrojadiza en las dinámicas de maltrato (la víctima acaba pensando que el maltrato es culpa suya).
1- En realidad, tenemos menos poder del que nos creemos.... Hay muchas cosas que ocurren “a pesar de” nuestra voluntad de que no ocurran. Puedes preguntarte: ¿Lo que ocurrió dependía exclusivamente de tí? ¿Realmente podrías haberlo evitado o te estás atribuyendo unos “poderes especiales” que no tienes? Intenta elaborar una lista de todos los factores que pudieron haber influido en los hechos, valorando su peso en aquello de lo que te culpas.
2- Es importante también que diferencies el dolor de la frustración. A veces el otro se siente frustrad@ porque tú actúas en función de tu propio criterio, que no coincide con el suyo. Puede llegar incluso al castigo emocional (dejar de hablarte, tratarte mal…) porque no has actuado como quería. Pero ¿crees que eso es dolor o es simplemente frustración o rabia por no salirse con la suya? ¿Sería justo que tú renunciaras a tu criterio para cumplir el suyo? ¿Sería sano?
3- Un último aspecto, también habitual en familiares de personas afectadas por un trastorno alimentario, es fingir estar bien todo el tiempo para no “aumentar el dolor” o para “evitar que el otro se sienta culpable”. Pero esto no es auténtico. Los seres humanos sentimos y padecemos cuando un ser querido sufre, y eso no significa que sea la culpa de la persona enferma. Tolerar estas emociones negativas es una tarea de todos. Ocultarlas es aumentar el problema.
Bucle 2: Falsa bondad
Una de las funciones que algunos creen que tiene la culpa es el “control social”: como si la culpa fuera la responsable de los comportamientos de ayuda o de controlar las conductas agresivas. El argumento sería básicamente que como no sentir culpa es de malas personas, también sería verdad lo contrario: sentir culpa es de buenas personas. Pero no es así. Las buenas personas no tienen por qué sentir culpa. Necesitamos reconocer la diferencia entre reforzamiento negativo y positivo:
“Reforzamiento negativo” es cuando haces algo para evitar consecuencias negativas como sentirte mal, pero no consigues sentirte bien. Ese tipo de reforzamiento es el que emplea la culpa, y no es el más sano en las relaciones, pues es el que motiva a hacer conductas que realmente no querías hacer, con sensación de sacrificio, explotación, resentimiento y amargura posterior que acaban saliendo en algún momento… A partir de aquí, pueden ocurrir dos cosas en la respuesta del otro: una, que perciba la falta de autenticidad y acabe evitando la relación; otra, que por medio de tus reproches directos o indirectos se meta en el mismo funcionamiento culposo y así, “tú te sacrificas por mí, yo por ti y al final estamos los dos amargados”… No parece muy sano ¿verdad?
“Reforzamiento positivo” es cuando haces algo por las consecuencias positivas, como sentirte bien. Los seres humanos, gracias a la empatía, nos sentimos bien con conductas altruistas y solidarias: cuando sientes que no es un sacrificio, sino una decisión personal basada en tus valores, en conexión con tus emociones y las del otro. Asumes la responsabilidad de tus conductas, lo que haces lo haces porque así lo decides, porque la otra vía no te compensa, y no echas en cara a nadie tu decisión. Cuando no quieres hacer algo porque no te motiva lo suficiente, no lo haces. Permites que el otro haga lo mismo, aunque te fastidie escuchar a veces un no. Esto último también es importante: ten en cuenta que a veces la culpa intensa puede reflejar que no me perdono lo que he hecho porque si el otro hubiera hecho eso conmigo yo no sería capaz de perdonarle… Es decir, que refleja mi propia rigidez en mis normas o mi intolerancia a la frustración.
No, no es que seas mala persona. Pero la culpa amenaza con contaminar tus actos haciéndote dudar sobre el verdadero motivo de tus conductas: ¿he hecho este esfuerzo por amor o por culpa? ¿no he insultado por respeto o por culpa?... Contacta con tus otras emociones más allá de la culpa. Si el balance te sale positivo, actúa. Si el balance te sale negativo, no hagas eso aunque te haga sentir culpable en este momento. No dejes que la culpa contamine tu vida y tus relaciones. Tu bondad real no lo merece.
Bucle 3: Etiquetación
Las personas transmitimos nuestras expectativas y normas a través de etiquetas, con lo que las etiquetas se convierten en un instrumento de posible control y manipulación de la conducta del otro. Si te dicen que “eres bueno” cuando haces algo (p.ej. comerte todo el plato), seguramente tú repetirás ese algo, porque es muy gratificante que los demás nos valoren como “buenos”. Si, al contrario, te dicen que “eres malo” por hacer algo, seguramente tú no repetirás ese algo, porque no nos gusta que los demás nos valoren negativamente. Y es así con el resto de etiquetas valorativas. Cuando nos hemos identificado con alguna de esas etiquetas, la posibilidad de salirnos de una etiqueta positiva nos hace sentir una tremenda culpa y sensación de fraude (por ejemplo, la etiqueta “delgada”). Cuando hemos recibido una etiqueta negativa, la amenaza de recibirla de nuevo nos dispara todas las alarmas y, cómo no, la culpa (p.ej. la etiqueta “gorda”). El otro puede, de forma no consciente, recordarte esa amenaza con los “elogios envenenados” (ej: qué bien estás ahora…y no como estabas antes). Un elogio envenenado te hace sentir que lo bueno de ahora es transitorio, te recuerda la etiqueta negativa que se cierne sobre ti como si fuera un destino cruel inevitable. Es como la manzana de Blancanieves, que empieza muy atractiva, pero acaba fatal.
En realidad, nadie es algo todo el tiempo. Las etiquetas son tremendamente injustas, por rígidas y estáticas. Libérate de etiquetas.
Bucle 4: Complacencia familiar
Uno de los pasos más difíciles en el crecimiento personal es la autonomía emocional respecto a las figuras parentales. Dejar de complacerles, prescindir de su aprobación, tomar un camino que ellos no habrían tomado puede generar sensación de soledad e inseguridad. Por este motivo hay muchos adultos que siguen siendo niños en la relación con sus padres, que incluso son antes hijos que padres, buscando complacerles por encima de sus propias necesidades emocionales o las de la nueva familia que han construido. Dominados por la amenaza de la culpa, alquilan sus propias vidas y las de sus familias sin permitirse disfrutar su propio camino. Pueden entrar en conductas como ocultar y mentir para seguir complaciendo. No se cuestionan decisiones si ello atañe a las expectativas de sus padres: el criterio de los padres se toma como algo inmutable, un mandato que se debe cumplir generación tras generación, a veces incluso después de fallecidos. Esta actitud puede generalizarse a más personas, tendiendo a la complacencia con cualquier otro significativo. En ocasiones, el trastorno alimentario, sin saberlo, viene a rebelarse precisamente contra esto, ya que reivindica el contacto con las propias necesidades, las propias emociones, los propios valores, aunque se alejen de los mandatos familiares. Reivindica la necesidad y derecho de ser una misma frente a las expectativas ajenas.
Amar no es agradar. Y decepcionarse no es dejar de querer.
A veces pensamos que los demás nos van a dejar de querer si no actuamos según sus expectativas. Lo que va a ocurrir muy posiblemente es que se decepcionarán contigo. Pero decepcionarse no significa dejar de querer, significa “simplemente” que su expectativa estaba confundida... El amor verdadero tiende a la aceptación incondicional, esto significa que aunque haya cosas de tí que no me gustan (y lo reconozco), te sigo queriendo como persona global más allá de eso. Requiere trascendernos a nosotros mismos, significa que puedo aceptar que el otro actúe de forma diferente a como lo haría yo. Cuando los demás están acostumbrados a que nos comportemos según sus expectativas, suelen enfadarse y/o decepcionarse mucho cuando empezamos a comportarnos según lo que pensamos y sentimos, pero la relación se convierte en una relación más auténtica, más real. Cuando te comportas según lo que el otro espera de tí, en contra de lo que tú quieres o piensas, no estás siendo auténtico, es como si estuvieras actuando con una máscara, engañando al otro. Con esa máscara puedes agradar a más personas, ¿pero cuántas te quieren realmente? A veces eso es lo realmente duro de comprobar... ¿quizás estás evitando afrontar ese dolor?