De las tres o cuatro películas de miedo que había visto en mi vida (Reflejos, Pesadilla en Elm Street, o Un lugar en silencio) extraje una conclusión: el miedo que más sofoca es el más absurdo y presente.
Una película que relaciona el terror con cualquier superficie reflectante −más ahora en estos tiempos de narcisismo− triunfará provocando miedo en el espectador, pues se enfrentará a ello unas cuantas veces al día. Una que engarza el miedo con el sueño; por lo menos, una vez al día. Y qué decir de la última: el ruido, nuestro y de otros, intencionado e involuntario... ese miedo será constante; y ese, aunque duela, es el que más se asemeja a una anorexia.
Una anorexia es miedo a engordar; y es, por lo tanto, miedo a la comida. Comida que, como el ruido, está presente constantemente. Comida nuestra, o de otros, que queremos y que no queremos, que ponemos o nos ponen. En nuestra nevera o despensa, pero también en la televisión, en marquesinas y, sobre todo, incesantemente en la pantalla de nuestros móviles; porque nos conocen tras habernos dado a conocer con nuestras búsquedas. En todas sus vertientes está siempre ahí, haciéndonos brotar esa emoción que nos trastoca:
«La anorexia es el argumento perfecto para una película de terror que revienta las taquillas»
De repente, algo tan básico y rutinario como la comida te produce pavor. De repente, algo tan automatizado como despertarte y hacerte el desayuno, sentarte a comer con tu familia un sábado, o salir a tomar algo con unos amigos se convierte en una lucha a capa y espada. Nada de automatismo. Probablemente te enfrentes ahora al desayuno sabiendo desde hace más de ocho horas en qué va a consistir e, incluso, de haber soñado con alguno de sus componentes (es tu cerebro pidiéndote a gritos alimentos; yo, de hecho, no he vuelto a soñar con comida, pero vayamos por partes).
La comida con tu familia el sábado, en este caso, no sabes en qué va a consistir y eso te perturba; pero lo que tienes claro es la excusa que vas a poner. «Hoy no me encuentro bien, ya no como carne, prefiero no tomar grasas o azúcares, que luego voy a hacer ... y no quiero sentirme pesada, etc.». Con tus amigos te sientes más libre, sois más, no van a sospechar nada y piensas tu estrategia: «esto no; cerveza, por supuesto que no, y lo otro me lo pienso». Mientras tus amigos hablan y tú sonríes cortésmente, estás contando las calorías que estás consumiendo y regulando cómo lo compensarás al día siguiente o en cuanto llegues a casa.
¿Te suena todo esto? Ahora haz el intento de recordar un sólo día antes de haber llegado a este bucle de terror; intenta acordarte dde tu día a día antes de haber visto esa película que te traumó. Sí, como si tu miedo fuese a dormir después de haber visto Pesadilla en Elm Street, o tu miedo fuese verte en un espejo (lo cual seguramente te esté ocurriendo) después de haber visto Reflejos, o tu miedo fuese hacer algún ruido después de haber visto Un lugar en silencio.
Acuérdate de cuando desayunabas lo que tu cuerpo te pedía o lo que te entraba por los ojos. Acuérdate de cuando te sentabas a comer con tu familia un sábado y te centrabas en la conversación, en cómo están, y qué les preocupa, y no tanto en cuántos tomates te has comido. Incluso, te centrabas en disfrutar de la comida; porque la comida es placer, y no miedo como piensas después de ver esa película. Acuérdate de cuando salías con tus amigos y te reías y estabas radiante y, sobre todo, presente. Acuérdate de cuando eras tú la que vivía y no el personaje de esa película de terror.
Cambiando la dirección
Cuando echas la vista atrás te das cuenta de que lo que estás viviendo, tan aparentemente impenetrable; con toda su fuerza, tanta que parece que es la única forma de vivir, es coyuntural. Depende de un impacto que te ha generado una película, simple, de taquillazo. Antes de esa película que está diseñada para trastocar tus emociones a diario, tú vivías de otra forma; y cuando superas al director, vuelves a vivir de esa otra forma y, si cabe, mil veces más satisfactoria. Porque Un lugar en silencio es un lugar del que se puede salir, solo tienes que dar el paso de montarte tu propia película.
Ese paso no es fácil, desde luego; es más cómodo seguir el papel que un director malhumorado, pero de éxito, ha escrito para ti. Reconforta sentir la falsa seguridad de que restringir alimentos y practicar mucho deporte te garantiza estar delgada en un futuro, y crees que ese será el éxito que buscas. Sientes que ese es tu camino seguro ahora, vas por él como los caballos con anteojeras, y emprender un nuevo camino, con su incertidumbre, no resulta tan atractivo.
Pero debes plantearte ahora si es ese éxito por el que te desvives es el que tú deseas tener o el que dictamina una voz interna (o director) para ti; si de verdad tu meta es estar delgada o es la única que te permiten ver tus anteojeras; y, por supuesto, sea cual sea tu respuesta anterior, si merece la pena transitar ese camino tan pedregoso.
Mi consejo es que la única forma de comprobarlo es parar a respirar y a observar. Haz el parón para tomar aire, observar si de verdad quieres ese éxito y plantear nuevos caminos que te lleven al éxito que de verdad quieres tener tú. Ponte un tiempo de prueba para la reinvención, para arriesgar, un tiempo en el que obviar el miedo engordar, en el que comer de todo y no hacer deporte por obligación, y observar cómo cambian tus sentimientos.
Seguramente, te pasará lo que a mí: recuperar peso no te hace sentir peor, porque el éxito al que aspiras en realidad no es ser delgada; llevar una alimentación sana y equilibrada, como la gente de tu alrededor, te hace sentir esa calma que tanto echas de menos y superar ese terror persistente a una comida siempre presente; hacer deporte se convierte en un regalo de ti y para ti, «porque te quieres y no porque te odias».
En definitiva, te darás cuenta de que ese nuevo estado es el éxito al que aspiras de verdad, cambiarás de rumbo y el camino, aunque con tramos costosos, tendrá unas vistas increíbles. Perlo la única manera de comprobarlo es atreverse a parar para tomar aire y observar, para atreverse a emprender la producción de tu propia película.