En mi anterior post titulado ¿Es la obesidad un nuevo trastorno alimentario? indiqué mis argumentos para considerar la mayoría de los casos de obesidad dentro de una conceptualización o modelo lineal que se sostiene con cierta transitoriedad y que va desde un TCA puro hasta el otro extremo, que sería un caso de obesidad exógena.
Este planteamiento no es nuevo. Tiene cierto recorrido dentro de una rama de la psicología que se lleva interesando desde hace tiempo por los problemas de obesidad.
Devlin ya en 2007 lanzaba una cuestión muy importante, a la cuál todavía nadie le ha sabido dar respuesta, y es que este autor planteaba si en el futuro DSM V que se estaba gestando en esos momentos, podría haber cabida para la obesidad dentro de este manual clasificatorio.
Y otro autor como Grilo, en 2006 ponía sobre la mesa una cuestión nada baladí como la de cambiar el nombre a los trastornos de la conducta alimentaria y denominarlos como “trastornos alimentarios y del peso”. Este es un matiz que quizás pase desapercibido pero tiene una importancia sustancial y sería una manera de irse posicionando cerca de la idea de incluir a la mayoría de los casos de obesidad como trastornos relacionados con la conducta alimentaria.
Por lo tanto, cuando se lanzan las campañas para abordar la prevención de estos problemas, ¿tenemos en cuenta este enfoque? ¿se ha valorado correctamente el efecto que provoca en los distintos niveles de población este tipo de mensajes?
Efectos de la prevención cruzada
Para profundizar un poco en esta conceptualización, querría al menos señalar un concepto bastante delicado cuando hablamos de prevención. Me refiero a la prevención cruzada.
Durante muchos años las campañas de prevención de los TCA han seguido un recorrido diferente a las campañas que se habían creado para prevenir la obesidad y el sobrepeso.
Este tipo de campañas se focalizan únicamente en la prevención de este trastorno sin atender a otro tipo de población con otro tipo de afectación.
Las cifras resultantes habían evidenciado que la prevención independiente ha mostrado resultados negativos, demostrándose que la prevención de un problema habría potenciado la conducta contraria. En 2005 la Agencia Española de Seguridad alimentaria presentó la famosa estrategia NAOS para la prevención de la obesidad, y un año más tarde se estudió el incremento de la tasa de incidencia de los TCA en la población, siendo una de las claves de esta divergencia que las campañas habían estado dirigidas hacía el peso y no hacía la salud.
Estos datos apoyan el enfoque de que todos los problemas de alimentación tienen factores de riesgo comunes y actualmente existe una perspectiva más global e integrada a la hora de explicar estos problemas, aunque ningún factor ha podido ser clasificado como factor de riesgo causal.
A pesar de los esfuerzos realizados, no resulta sencillo establecer relaciones causales directas por lo que se habla de factores de riesgo asociados al desarrollo.
Por lo tanto, y volviendo al tema inicial, la obesidad es una lacra que va en aumento en nuestra sociedad. También actualmente existe en el mundo más gente obesa que desnutrida.
Los índices que prevalencia de los TCA nos señalan cada vez casos a edades más tempranas. Parece que algo está ocurriendo en los extremos de este continuo.
Quizás si comenzamos a tener en cuenta otros factores, abrimos nuestra percepción sobre el problema y dejamos de estigmatizar a las personas afectadas por un problema alimentario, sea de la naturaleza que sea, se puedan plantear modelos de intervención más eficaces para prevenir y para tratar estos casos. Es un trabajo donde confluyen las aportaciones de muchas disciplinas, incluso que nada tienen que ver con la clínica, como es la economía o la historia.
Pero esto ya es otro tema.
Imagen de portada de taller de prevención en trastornos alimentarios para alumnado de 2º de la ESO, impartido por Manuel Antolín Gutiérrez.