Cuando Manuel me propuso colaborar escribiendo algún artículo para el blog, inmediatamente sentí cómo me inundaba la felicidad, pero también el miedo. Una voz dentro de mí tomó el volante y comenzó a preguntar “¿Estás segura?, ¿Estaré a la altura?, ¡pero si no soy experta en TCA!”… Ahí estaba él, implacable. Mi “yo fraude” tomando las riendas en una situación aparentemente buena, en la que más bien tocaba celebrar la oportunidad y el reconocimiento.
Precisamente de este personaje que tantos de nosotros tenemos en nuestro mundo interno vengo a hablaros hoy. Yo trabajo especialmente con trastornos de la personalidad, aunque de esto ya vendré a hablaros otro día, y si de algo me estoy dando cuenta cuanto más comparto con mis queridos y admirados compañeros de Cómete el Mundo es que, los trastornos de personalidad (en adelante, TPs) y los TCA son “primos-hermanos”. Y una de estas familiaridades que encuentro entre ellos es, precisamente, este yo fraude.
Los TCA y los TP toman formas aparentemente distintas. La sintomatología visible en la punta del iceberg es diversa, pero si buceamos hacia las profundidades y nos adentramos en el mundo interno de la persona nos vamos a encontrar con una creencia nuclear común a todos ellos: “yo no valgo”.
El yo no valgo es una creencia profundamente enraizada en quienes somos, integrándose durante el desarrollo de nuestra personalidad y nuestra autoestima; en la que este yo fraude se apoya para ganar poder y control sobre nuestro mundo interno y, por ende, afectando al papel que representamos en el mundo externo. Aunque habitualmente no accedemos o conectamos con ella de esta forma tan evidente, sino que toma distintas voces críticas como “no voy a ser capaz”, “voy a fracasar”, “doy asco”, “no se dan cuenta de quién soy en realidad”, “otros son mejores que yo”… Estos pensamientos nos limitan a la hora de afrontar las situaciones y nos llevan a conectar directamente con emociones como la culpa, el miedo o la vergüenza. Podría pasar, por ejemplo, que ante esta situación nos bloqueásemos y ni siquiera lo intentemos para prevenir el fracaso. O, por el contrario, regulásemos nuestra sensación de falta de valía a través del perfeccionismo y la auto-exigencia. En cualquier caso, la sensación de no estar a la altura seguirá ahí.
¿De dónde vienen nuestras voces críticas?
Aunque todos tenemos nuestras inseguridades, las voces críticas gritan especialmente fuerte y se tornan muy hostiles en los TCA. La cuestión es que en algún momento de mi vida aprendí a hablarme así, y cada vez que conecto con esa sensación de poca valía, las voces críticas aparecen en sus formas más comunes y despiadadas. Seguramente, mi automatismo sea hacer algo para acallarlas: luchar contra ellas, distraerme para no oírlas, tratar de tomar el control a través de agentes externos (estudios, trabajo, comida…), someterme a ellas y continuar machacándome durante horas… Sin embargo, hay algo muy importante que debes saber: todas estas voces críticas, por hostiles y desagradables que suenen, tienen la función de protegerte. Es difícil de creer, ¿verdad? Pero así es. Son voces que aparecen con la intención de protegerte del dolor, del rechazo, de la sensación de fracaso… pero que no lo hacen de la forma adecuada. Por tanto, tenemos que aprender a escuchar esas voces con atención y ver qué quieren decirme en realidad, para poder reeducarlas y que así sigan tratando de ayudar y protegerme, pero de una forma más sana y amable.
Autocrítica sana versus patológica
Me gustaría partir de una idea básica y te pediría que, por favor, la repitas en voz alta conmigo:
Toda persona es válida por el simple hecho de existir. Todo ser humano es válido.
Piensa en un bebé que acaba de nacer. ¿Crees que puede no ser válido? ¿Crees que puede ser malo o indigno? ¿Crees que puede llegar a este mundo creyendo que no es lo suficientemente bueno? Imagino lo que estás pensando y, así es: no es que yo no valga, es que lo he aprendido así. ¿Repetimos esto en voz alta también?
No es que yo no valga, es que lo he aprendido así.
La autocrítica es un mecanismo humano cuya función es proteger y guiar a la persona con el fin de asegurar la supervivencia. Es un mecanismo de control inherente al ser humano, que biológicamente funciona igual en todas las personas. Las diferencias cualitativas entre un tipo de crítica y otra se deben a cómo le hayan enseñado a cada persona a utilizar dicho mecanismo de la autocrítica (Castanyer, 2007).
Entonces, ¿cómo puedo darme cuenta de cuándo me critico sanamente y cuándo no? Te daré unas pistas: la autocrítica sana es flexible, mientras que la patológica suena incuestionable, etiquetadora, generalizadora y magnificadora; el tono de la autocrítica sana es amable y compasivo, mientras que la crítica patológica es despiadada, severa y castigadora. Esta última sólo necesita un pequeño mensaje, a veces una sola palabra, para hacernos sentir tremendamente culpables, avergonzados y angustiados. Mientras que la crítica sana nos conecta con emociones más fácilmente regulables, puesto que no son tan intensas.
Cómo fomentar una autocrítica más sana
El yo fraude es un personaje que está especialmente atento a los errores, así que este es un buen lugar para empezar. ¿Hacemos un pequeño ejercicio?
Haz una lista de las frases que suenan en tu cabeza habitualmente cuando cometes un error e intenta buscar alternativas más amables a esas frases. Por ejemplo, si sueles decirte “soy mala persona”, prueba a cambiarlo por “he actuado mal, ¿qué puedo hacer para repararlo?.
Cuando tengas dificultades para cambiar tu diálogo interno, algo útil puede ser pensar en qué le dirías a un amigo ante ese mismo error, seguro que tu discurso hacia él o ella es mucho más amable y compasivo del que te diriges hacia ti mismo/a. A veces, encontrar un discurso alternativo más amable es tremendamente complicado. Eso nos pasa porque no sabemos hablarnos de otra forma (aún), nadie nos ha enseñado y, por tanto, no hemos aprendido. Pero podremos hacerlo si practicamos.